Un martes más, se hace necesaria nuestra/vuestra presencia en la Plaza Mayor de Astorga para denunciar nuevos asesinatos por violencia de género. Será este martes a las 20'00 horas.
Yo no podré estar, tenemos Pleno municipal. Pero aunque no esté presente si estaré con toda mi mente y con todo mi corazón.
Necesitamos que cada vez seamos más quienes nos manifestemos sobre esta circunstancia y sobre los gestos que día a día siguen permitiendo que el machismo y el trato discriminatorio hacia las mujeres permanezcan en nuestra sociedad.
Comparto DE NUEVO una de mis últimas reflexiones sobre el tema, con la total intención de meter el dedo en la llaga y remover conciencias, si es que quienes martes tras martes nos observan impasibles desde las terrazas la tienen.
Y QUÉ PARE YA LA RUEDA INDISCRIMINADA DE VIOLENCIA.
AHORA, YA ES TARDE
Un denso e incómodo silencio se
extiende en ese momento sobre la multitud que se agolpa a la puerta de la
iglesia, rodeando aquellos dos féretros que guardan para siempre el sueño
eterno de dos cuerpos a los que el salvaje instinto de un hombre que se creyó
su dueño, arrebató a cuchilladas la vida.
Ella avanza por el pasillo que el
gentío le abre a su paso, con el rostro desencajado y los ojos secos ya de
tanto llanto, mientras algunas manos se extienden hacia ella en un vano gesto
de consuelo.
Ya es tarde. Esos ataúdes no
deberían estar ahí, al menos no en este momento ni por esta causa. Se derrumba
casi inerte sobre los féretros de su hija y de su nieto y se hunde entre
recuerdos y sentimientos encontrados.
Recuerda las veces que permaneció
en la plaza, sentada tranquilamente en la terraza, observando desde fuera a
aquellas locas que martes tras martes se empeñaban en gritarle al mundo la
injusticia de los asesinatos por violencia machista. Pero nunca dio un paso
hacia adelante. Nunca pensó que pudiera sentir tan cerca la tragedia. Mientras tarde tras tarde se tomaba su
cerveza observando aquellas concentraciones que mantenía apartadas de si misma
a pesar del poco espacio que la separaba de ellas, nunca prestó atención a las
señales que su hija le lanzaba sin atreverse a contarle abiertamente su
desgracia. Era joven, guapa, preparada,… y su marido un joven simpático que la
colmaba de caprichos. Su posición social no podía ser mejor.
Aquello que cada martes contaban
en la plaza no iba con ella. Por eso nunca abandonó su silla, ni siquiera por
cinco minutos, para ponerse del otro lado de la pancarta. Para apoyar una
injusticia, una salvajada, que no preveían víctimas, que podía afectar a
cualquier mujer, en cualquier momento, en cualquier lugar, de cualquier clase
social. Pero no, aquello no iba con ella, nunca podría ir con ella. Y por eso
miraba hacia otro lado.
Hoy está aquí. Sola a pesar de la
multitud que la rodea. Desgarrada por dentro y por fuera. Sin poder hacer ya
nada para salvar esas vidas tan queridas que la sinrazón de un hombre le
arrebataron para siempre. Abrazada a esas cajas de madera que se llevan
de su lado sus bienes más preciados.
Varias personas tratan de
separarla de los féretros, a los que sigue aferrándose con toda la
desesperación de una madre que se siente culpable de la desgracia de su hija.
Al fin, cuando lo consiguen, cae de
rodillas en el suelo sintiendo como las entrañas se le abren por dentro y de su
garganta sale un grito que rompe el silencio estremeciendo a todos los
presentes. TARDE, piensan muchos. TARDE, piensa ella.
Ahora ya nada podrá devolverle
aquellas vidas tan queridas, aunque tal vez si pueda ayudar a que éstas sean
las últimas que se pierdan.
Mercedes
G. Rojo
(Especialmente dedicado a todas
aquellas personas que nos miran – día a día - desde la barrera o que, directamente, ignoran
nuestros gestos de denuncia, y deseando de todo corazón que esta vilencia no les salpique nunca en carne propia o de sus seres más próximos. )
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