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2009 |
Continuando con mis recuperaciones, dejo ahora un escrito en forma epistolar con el que participé en el 2009 en un Certamen en Álcazar de San Juan. Quedé finalista en el concurso, aunque luego supe por un miembro del jurado que la discusión estuvo muy reñida. No importan los resultados. Solo sé que fue otro reto superado pues nunca había escrito siguiendo tal fórmula. Enfrentarme así mismo con dos de los personajes más clásicos y emblemáticos de nuestra literatura era un reto más, pero eso sí -ya me conocéis - tenía que darle un halo de actualidad y aquí están los resultados. Recoger el premio y la publicación fue la disculpa para darme un paseo por los molinos contra los que luchó Don Quijote. Aunque ya sabéis, hay teorías que dicen que - en realidad - el viaje del ingenioso hidalgo transcurrió más bien por tierras leonesas y sanabresas.
CARTA DE DULCINEA A DON QUIJOTE.
Mi buen señor Don Quijote:
No sé muy bien como comenzar esta
carta que dirijo a usted sin ánimo de hacerle daño ni ofenderle, pero mi
condición de mujer segura de mí misma e independiente me obliga a no
alimentarle falsas esperanzas sobre la relación que usted cree que nos une.
Sé que con los tiempos que corren,
cualquier otra mujer en mi lugar estaría orgullosa de sentir sobre ella la
mirada de un caballero tan delicado y fervoroso como usted. Pero yo no soy de
esa condición. Aunque vaya contracorriente de los tiempos, necesito aire para
mí, necesito sentir la misma libertad de que gozan los hombres, ir y venir sin
tener que dar explicaciones a nadie y, por supuesto, no sentir sobre mí la
enorme losa de la profunda adoración masculina que podría acabar por
convertirme en esclava de esa falsa imagen creada por unos sentimientos
alimentados por la fantasía, que no por la realidad.
Yo no deseo ser la prenda de su
amor, igual que no deseo recibir sus atenciones y desvelos. No porque no lo
merezca, sino porque usted no merece que yo aliente una relación que nunca
podrá llegar a buen puerto. Son muchos los años que nos separan, pero además
están nuestras ideas y mis esperanzas. Yo no he nacido para convertirme en la
dama “de” nadie, para esperar que alguien se fije en mí y me elija como señora
de sus sueños y sus anhelos. Quiero ser una mujer libre, independiente, con la
libertad de ir y venir sin ser criticada, de hacer todo aquello que deseo
aunque ello se considere coto privado de los hombres, tener la posibilidad de
enamorarme de quien yo quiera, de luchar por su amor en igualdad de condiciones
y de tener la posibilidad de dejarlo – si así me lo dicta el corazón – sin que
se me critique por ello de hueca y casquivana. Sé que son vanas consideraciones
en un tiempo que sigue creyendo que las mujeres estamos hechas para vivir bajo
la estela de los hombres. Pero también sé que si no lucho por mis aspiraciones
seré por siempre una mujer infeliz que cubrirá de gris tristeza todo aquello
que se cruce en mi camino.
No sé cómo ha llegado usted a
fijarse en mi persona. Pero puedo asegurarle que no soy ni de lejos tal como me
imagina en sus sueños. No sé si mejor o peor, pero sí distinta. Si hiciese caso
a las personas que me rodean esta situación no habría de importarme, y podría
dejarme llevar y aceptar ser el objeto de sus adoraciones. Pero eso no sería
justo ni para usted ni para mí. Para usted porque estaría alimentando una
mentira que no merece, estaría alentando unos sentimientos basados en una
errónea percepción de la realidad que le harían seguir creyendo en mí como en
la dama por la que ha de seguir enfrentándose a cuántos peligros se pongan en
su camino o en el mío. ¿Y qué pasaría si algún día descubriese que yo no soy
esa mujer que ha ido creando en su mente? ¿Tendría que cargar yo con el
remordimiento de alimentar un sueño que tal vez le haya llevado a poner su vida
en un peligro inminente? No, usted no merece que yo anime sus fantasías, porque
no estoy dispuesta a dejarme adorar por nadie.
Señor don Quijote, no quisiera ser
demasiado cruel, pero para ser congruente conmigo misma no puedo permitir que
esta “no relación” avance por un camino por el que un día se haga difícil
retroceder. Prefiero ser sincera con su persona ahora que aún no hay nada real
entre nosotros, ahora que aún es tiempo de que busque a otra mujer que pueda o
quiera aceptar ser la “dama” de sus sueños, a esperar a que llegue un día en
que descubra por sí mismo que no soy la que usted había soñado, que me vea tal
vez en brazos de otro hombre y llegue a equivocadas conclusiones que, según es
su carácter, deriven en desgracias para
todos.
No, no quiero ser su dama, no puedo
ser su dama. Soy incapaz de vivir la vida que otros puedan soñar para mí. Necesito
sentirme libre para vivir mi propia vida. Tal vez una que no me permita tantas glorias y tantas
ventajas como si le aceptase como mi caballero andante. Pero mi propia vida al
fin y al cabo. Si algún día acepto el tributo de algún hombre, desearía que éste
fuese aquel en quien mis ojos y mi corazón también se han fijado, que me viera
como una mujer de carne y hueso, con sus defectos y virtudes, con sus alegrías
y sus tristezas, una mujer que tiene derecho a disfrutar de las cosas que la
vida les ofrece en la misma medida que él lo tiene, una mujer que está
dispuesta a compartir su vida, siempre y
cuando sea en igualdad de condiciones.
Sé que esto no es lo que se espera
de una mujer de mis tiempos. Pero ¡qué le vamos a hacer! Yo soy así. Quizás mis
palabras le escandalicen y piense que estoy loca. Pero puedo asegurarle que no
es tal la cosa, simplemente es lo que siento y no me encuentro con capacidad ni
con derecho a esconderlo, porque espero y deseo de todo corazón que llegue un
tiempo en que todas las mujeres (o al menos la gran mayoría de ellas) piensen
como yo, y puedan hacerlo y expresarlo sin temor a ser tachadas de locas, de
inconscientes, de casquivanas, o incluso de alguna cosa peor.
Estimado señor don Quijote, ya sólo
me queda despedirme de usted esperando que pueda encontrar la dama que su persona se
merece. Pero yo le aconsejaría que no la
adorara como se adora a una diosa, sino que la baje del pedestal en que a mí me
tiene elevada en este momento y que comparta con ella realidades y esperanzas,
que se deje acariciar con la mirada enamorada de sus ojos y se permita escuchar
sus palabras. Porque las mujeres también sienten, padecen y hablan, como seres que
son de carne y hueso.
Que tenga usted suerte y que el amor
verdadero enderece sus pasos por el camino de la felicidad.
Atentamente,
Aldonza Lorenzo
(Dulcinea
del Toboso en sus sueños)