Nieva tras la ventana de mi
escritorio y los copos que caen me traen el recuerdo de una gran mujer que no
desfalleció ni en los peores momentos de su vida. El pasado día 6 de marzo, se
cumplieron 6 años de la muerte de una gran mujer, una mujer cuya biografía
debería ser imprescindible conocer, especialmente entre quienes permanentemente
se quejan de la vida y sus circunstancias. Se llamaba Manuela Rejas, y su vida
fue un constante juego de ilusionismo a través del cual se zafó muchas veces de
la muerte que la acechaba podríamos decir que desde su nacimiento. Hasta que el
último juego le salió mal y fue ésta quien consiguió, por fin, engañarla a ella.
Manuela nació libre de
corazón y de espíritu, y así vivió y así murió a pesar de las terriblea
circunstancias que la rodearon, muchas de las cuales dejó plasmadas en sus escritos,
como los relatos recogidos en su libro “15 historias en carne viva”, editado en
su momento por la editorial Lobo Sapiens.
Conocí a esta increíble mujer
por casualidad, en un curso que yo impartía en Veguellina. He de reconocer que
no tenía un carácter exactamente fácil, pero conectamos enseguida y pronto nos
unió una buena amistad, a través de la cual pude conocerla mejor y descubrir
muchas cosas sobre la vida, sobre la suya, y sobre la vida en general. Me dejó
una profunda huella que he intentado plasmar varias veces en escritos
realizados sobre ella.
Hace un par de meses, en un
encuentro poético con Manuela Bodas, quien como yo la tenía como amiga, surgió
un pequeño homenaje a su memoria.
En ese momento yo le dediqué
un poema, un poema de mis primeros tiempos, el primero con el que fui
galardonada precisamente con el Premio Joven, (ya ha llovido pues). En aquellos
tiempos yo estaba aún muy lejos de conocerla, pero la temática del mismo le
encajaba como anillo al dedo. Manuela
pasó una parte importante de su vida trabajando en el circo, dende hizo de
todo, incluso de payasa. Y cuando la
conocí en Veguellina continuaba intentando hacer reír a “sus viejitos” de la
residencia de ancianos, como ella les llamaba, todos los días, por encima de
sus padecimientos personales.
Como el payaso de mi poema,
ella escondía penas, “sus penas” tras carcajadas. Las penas de su enfermedad
que sabía que antes o después la abocarían a la muerte pero ante la que no se
resignaba, las penas del Parkinson de su marido, compañero fiel con el que
compartió circo, familia y vida. Así que consideré oportuno, en aquel pequeño
homenaje, dedicarle este poema que nunca compartí con ella en vida.
A UN PAYASO
Cuando
lloran los árboles
por
sus hojas muertas,
cuando
las aves emigran
hacia
cálidas tierras,
y,
en silencio, recuerda...
...Recuerda
un día de otoño,
y
una tarde cualquiera;
entre
lágrimas y risas,
él
hizo olvidar tu pena.
Era
un payaso muy triste,
que
más que reír lloraba,
que
sus lágrimas cubría
de
estruendosa carcajada.
Día
de un gris otoño.
La
tarde está muy callada.
El
viento se ha estremecido
bajo
el furor de las aguas.
Silencio.
La noche llega
amedrentada
y callada.
De
entre las sombras oscuras,
al
mundo nace una máscara.
Por
asidua compañera,
sobre
una boca angustiada,
una
sonrisa gigante,
espejo
falso del alma...
En
la pista de la vida
un
payaso canta y baila.
Las
penas de los que escuchan
en
risas truecan sus lágrimas.
Ríe,
ríe, ríe... Llora.
Escucha
mudas palabras
que
hablan en el silencio
de
sus manos enguantadas.
Calla.
Sentirás sus risas,
que
no son risas, son lágrimas.
Estarás
olvidando penas
con
las que a él le atenazan.
Es
un payaso que esconde
tristezas
tras carcajadas,
quien
hace olvidar al mundo
que,
en vez de cantar, lloraba...
La noche está apagando
las
estrellas de su cara,
y
una sonrisa se borra
de
una máscara pintada...
...
Con angustias de otras vidas,
nuestras
penas ya se calman.
Hoy han pasado seis años,
pero parecen toda una vida sin ella, a pesar del poco tiempo que pudimos
compartir juntas. Un tiempo en el que me demostró la importancia del coraje y
las ganas de vivir y de luchar contra las injusticias. Veguellina tuvo una gran
suerte de contar con su presencia y con su ejemplo.
Manuela, a pesar de fallecer
el 6 de marzo, nos dejó definitivamente el 8 de marzo de 2010, cuando sus
cenizas – como siempre había deseado y así dejó escrito – fueron a encontrarse
con el mar tras ser esparcidas sobre el río Órbigo, el río que la enamoró para
siempre y que hizo que viviera el final de su destino en Veguellina de Órbigo.
No podía ser de otra manera,
pues ella fue siempre una luchadora, trabajadora incansable que luchó por la
consecución de sus sueños y que denunció las injusticias sufrió por las mujeres.
Ella formó parte de uno de
los múltiples homenajes que otras mujeres de Astorga, auspiciadas por la
entonces Concejalía de Igualdad, le rindieron, como llamada de atención para el
resto de que solo luchando por nuestros sueños y por nuestros derechos podremos
llegar a conseguirlos, de verdad, algún día.
¡Va por ti, Manuela Rejas!
OTROS ESCRITOS míos SOBRE MANUELA REJAS, en los siguientes enlaces:
http://entrepalerasyencinas-mercedesgrojo.blogspot.com.es/search/label/MANUELA%20REJAS