sábado, 10 de octubre de 2015

"TIEMPO DE COSECHA". Relato para una nueva experiencia literaria "Cuento cuentos contigo"

Durante la tarde- noche de este pasado viernes, 9 de octubre, acudí a una nueva cita literaria de las muchas que la cultura independiente de León está impulsando últimamente. El lugar, el café Amélie. La ideadora, Flor Méndez Villagrá y los conductores de la sesión Nuria Viuda y Marcelo Oscar Barrientos Tettamanti.
El evento se llama Cuento cuentos contigo y tiene su propio blog y su página de facebook, a través de las cuales ir siguiendo la evolución del mismo.
Supe del evento por una amiga, Nuria Antón. Y, ahora que estoy retomando las riendas de mi vida, con tiempo para mis aficiones literarias, me apunté a la experiencia.
Escribi un relato basado en su sección "Poniendo historias", aunque como lo hice ayer mismo no llegúe a tiempo de participar. No importa. Lo importante era el estímulo y disfrutar escribiendo a partir de un estímulo extermo, en este caso unso versos de Toño Morala sobre los que se presentaron varios relatos.

Los versos de Toño: 
Entre los grises del alba, 
hoy hace otoño anticipado
en la mirada de la melancolía

Mi relato: aquí lo dejo, para disfrute (o no) de quien quiera leerlo



TIEMPO DE COSECHA.

Siempre había pensado que los últimos días de agosto comenzaban a mostrar una luz diferente, una luz de septiembre que anticipaba ya el otoño. Lejos de molestarle, le gustaba aquella situación. Significaba que todo volvería pronto a la normalidad, a su normalidad. Las calles del pueblo recobrarían el silencio, y el tiempo se volvería más pausado. O al menos así se lo parecía. En  el campo se intensificaban  los aromas y la paleta de colores con que se vestía la naturaleza rebosaba con una amplísima gama que iba del dorado más intenso al cobrizo más eléctrico, pasando por verdes y ocres infinitos, capaces de crear los paisajes más hermosos y más indescriptibles.
Era tiempo de paseos y de recolección de frutos silvestres. Moras, agavanzas, setas y otros frutos suponían la perfecta disculpa para prolongar sus paseos por el campo, con agradable temperatura y tiempo suficiente para ordenar en su mente todas esas ideas que luego, normalmente por la noche, trasladaba al papel.
El otoño solía ser su más prolija etapa como escritor. Por ello, al final del verano estaba deseando ya que llegasen esos primeros días en los que comenzaba a anticiparse esa luz especial de septiembre. Para volver a su rutina y a esa cierta soledad, que hasta ahora siempre había sido buscada.
Mientras a su alrededor la gente se quejaba de lo poco que le gustaba el otoño, él siempre lo había considerado como su estación favorita. No le suponía decadencia, ni un camino hacia la muerte como algunas personas de su círculo se empeñaban en  insinuar. Al contrario, lo vivía como el paso hacia un nuevo despertar, el momento en el que la vida también alcanzaba una madurez con la que volcaba al exterior todos los frutos acumulados durante los meses anteriores. Era tiempo de cosechas.
Así había sido durante la mayor parte de su vida. Hacía ya tantos años que casi no alcanzaba a recordarlo. Pero aquel año todo era distinto, algo había cambiado. Algo que no había previsto y por lo que se vio gratamente sorprendido.

A comienzos del verano llegó ella. Nunca había conseguido olvidarla del todo, y, aunque hacía ya tiempo que no pensaba en ella, siempre le había reservado un espacio en lo más profundo de su corazón. Cuando aquel día de finales de junio se encontraron, cruzando por casualidad sus miradas, el corazón le dio un vuelco. La reconoció inmediatamente, a pesar de lo mucho que había cambiado. Y es que el tiempo no pasa en balde. Sin embargo, aquella mirada suya, se mantenía tan limpia y clara como siempre, tan sonriente, tan arrebatadoramente cautivadora. Una sonrisa que iluminaba su rostro haciendo desaparecer de él el paso del tiempo. Con sorpresa, pudo comprobar que también ella le reconocía. Y a partir de aquel momento fueron muchas las veces que volvieron a encontrarse sin buscarlo, hasta que aquellos momentos de coincidencia se convirtieron en citas propuestas y esperadas. Paseos a distintas horas del día, pequeñas excursiones programadas, conversaciones compartidas alrededor de un café, … Momentos en los que recobraron gran parte del tiempo perdido y se pusieron al día de sus andanzas durante los años en que no se habían visto. Tantos momentos que entre ellos se creó una magia especial, una situación que día a día se había ido cargando de sentimientos que hubiera creído ya olvidados.

Pero, hoy, se ha levantado con la angustiosa sensación de que éste es  un tiempo que se le acaba. Sabe que se acerca el momento de su partida y siente un dolor lacerante en el pecho. Tiene la firme convicción de que si la deja partir, así, sin más, la perderá de nuevo. Y esta vez sí que será para siempre.  Por eso necesita tomar una decisión antes de que su marcha sea irremediable.
Tras una noche pasada en vela, decide adelantarse al paseo matutino que  lleva meses compartiendo con ella. Cuando sale de su casa, la noche aún se agarra a los rincones más oscuros de calles y de campos. A lo lejos comienza a despertar la mañana, una mañana que se despereza fría y lenta. Y es que allá, por el horizonte, entre los grises del alba, hoy hace otoño anticipado en la mirada de la melancolía.
Y con ese paisaje por frontera, la sensación de que  el tiempo se le acaba, de que el momento de la partida está más cerca de lo que pudiera desear, se acrecienta por momentos, depositando en su pecho una angustiosa sensación de ahogo. Es entonces cuando toma la decisión de su vida. No volverá a cometer la torpeza de verla partir de nuevo sin confesarle el amor que siente por ella. No puede. Se lo debe. Son libres los dos, nada los ata.  Tras el intenso verano que han pasado compartiendo tantos momentos, comprende que ha llegado el momento de la cosecha, de su cosecha. Y que si no toma la decisión adecuada, los frutos que han ido madurando día a día, se malograrán para siempre.
Se detiene en seco, lanzando de nuevo su mirada hacia el horizonte. El sol, perezoso, sigue sin poder romper  el gris manto del alba, cargado de tintes de otoño. Pero lejos de dejarse llevar por la melancolía, sonríe pletórico de esperanza. Da media vuelta y se dirige a un nuevo encuentro con ella en el que la invitará a compartir su cosecha.
El café Amélie repleto de gente disfrutando de los relatos.

Desde luego, la experiencia, merece la pena.

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