A pesar del frío y del incómodo viento, una martes más nos hemos convocado en la Plaza Mayor de Astorga para guardar un minuto de silencio por Fuensanta, asesinada la pasada semana por su novio de forma salvaje. Un martes más en que la barbarie se hace presente en nuestra sociedad ante la indiferencia de la inmensa mayoría.
En esta ocasión pude compartir con las personas presentes mi reflexión al respecto, en parte, mostrada en un poema. Este es el texto completo escrito para tan nefasta ocasión.
¡Ojalá le sirva a alguien para reflexionar sobre esta realidad! Si conseguimos un efecto cascada tal vez pueda llegar el día en que estas concentraciones no sean necesarias. Lo deseo de todo corazón.
Hace diez
años ya que, en León, el movimiento “Lunes sin sol” recuerda, lunes a lunes, a
las asesinadas por violencia de género. Unos años después, en Astorga nos
unimos a este movimiento de protesta tratando de buscar el día y el momento más
idóneo para hacerlo, hasta que, hace algo más de un año, esta cita se trasladó
definitivamente a las ocho de la tarde de los martes.
Desde
entonces, muy pocas han sido las semanas que – desgraciadamente – nos hemos
librado de acudir a esta cita, una cita en la que conseguimos menos respuesta
de la que nos gustaría, dada la gravedad de la situación de las mujeres que
sufren malos tratos en España, víctimas de la violencia de género.
Desconozco a
ciencia cierta las razones para que no se acuda a esta llamada, aunque algunas
de ellas puedo intuirlas. Por supuesto que no puedo compartirlas, sino no
acudiría a esta cita salvo cuando una fuerza mayor me lo impide.
Pero me
sorprendo cuando ante convocatorias como la realizada el pasado miércoles en
nuestra ciudad, ante el asesinato de Denise, la peregrina, la respuesta sí que
es masiva. Máxime teniendo en cuenta que lo ocurrido, más allá del móvil real
que acabó con la muerte de Denise, tiene un transfondo de violencia machista,
una violencia más generalizada que la violencia de género puesto que trasciende
a la ejercida sobre cualquier mujer por el hecho de serlo, sin necesidad de que
exista o haya existido una relación sentimental por medio. Pero ahora no es el
momento de entrar a discernir sobre este tema.
Hoy, en este
momento, en el que el motivo fundamental es el recordatorio del asesinato de
Fuensanta, una mujer de 42 años, que deja huérfanas a dos hijas, perpetrado por
su novio a golpes de bate y de cuchillo, quiero compartir con tod@s vosotr@s
una reflexión sobre lo que podría sentir una mujer como ella ante lo sucedido.
Y quiero hacerlo con el siguiente poema.
CARTA DE UNA MUJER YA OLVIDADA.
He mirado con
ojos asombrados a la muerte.
La he visto
llegar con un grito atrapado en mi garganta,
sustituyendo
a los besos y caricias que un día nos juntaron.
Incrédula,
la he visto
llegar sin poder hacer nada ya para evitarla,
mientras se
derrumbaba mi cuerpo,
callaban mis
labios
y mis ojos se
sellaban.
He olvidado
mi nombre,
porque
también lo han olvidado
quienes
pasaban a mi lado,
sin prestar
oído a mis angustias,
sin escuchar
lo que yo callaba por miedo
y por
vergüenza.
He olvidado
mi nombre,
porque han
sido cientos, miles,
los que he
llevado a lo largo de los años.
Pero yo no
soy nadie,
solo una
mujer más que sufrió en silencio
la tortura de
ser maltratada por un hombre.
Una tragedia
que había de vivir puertas adentro,
una vergüenza
que debía callar
por bien de
mí misma y de mis hijos.
Hoy, que por fin quisiera hablar
y gritar a
los cuatro vientos
la injusticia
del Estado y de las leyes,
mi voz está
ya callada para siempre,
mis vástagos
quedaron huérfanos sin remedio,
y mis ojos no
pueden llorar más mi desgracia,
porque me
pudro bajo tierra,
olvidada para
siempre
por la
sociedad que mira hacia otro lado, indiferente.
Tal vez mi nombre
fue Fuensanta,
Teresa,
Susana, RoseMary,
Francisca,
Hanane o Tamara.
Tal vez mi
nombre pueda llegar a ser
tu propio
nombre.
Y tal vez,
solo tal vez,
porque sea
vergonzante la situación vivida,
porque tengas
miedo a ser señalada con el dedo,
porque sientas
temor de tus propios sentimientos,
hoy no hagas
sentir aquí tu silencio,
ni te atrevas
a prestarme tu cuerpo ni un minuto,
para gritar
al fin lo que callé tanto tiempo
y que, hoy, mi tumba o mis cenizas,
callaron sin
remedio para siempre.
Mi
nombre se perderá en el silencio del día
a día,
mezclado con
los nombres de otros cientos de mujeres
que vivieron su
anónima tortura
acrecentada
por la indiferencia de las gentes.
Mi nombre es
uno más,
pero uno que
también encierra una vida y una historia
y que seguirá
salpicando de culpa
a esta
sociedad que se empeña en mirar hacia otro lado
porque mi
desgracia se teje en el día a día de mi casa,
y en el
transcurrir de una historia cotidiana.
Y llegados
aquí solo te pido: ¡Sé valiente!
Por ti, por
mí, por nosotras,
por el futuro
de quienes llegarán luego.
Y alza tu
voz, y tu silencio,
préstanos por
fin tu presencia,
para que
nuestro dolor se haga grito
y no quede impune
ninguna de nuestras muertes,
esas que no
tendrán más que breves líneas
en el relato
de la prensa,
esas que
olvidarán las vidas que han dejado
marcadas para
siempre,
esas que
–como cualquier otra muerte –
ya no tendrán
nunca remedio.
Este poema lo he escrito para que el recuerdo de Fuensanta, y
de tantas otras mujeres anónimas, tampoco se nos vaya nunca de nuestra memoria. Y que sus muertes no queden impunes y sin
servir para nada.
Mercedes G. Rojo.
Astorga, 22 de
septiembre de 2015
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