sábado, 18 de abril de 2015

SONIDOS PARA MÓNICA. Un relato para disfrutar de la hermosa calma de la primavera.

Ayer fue uno de esos días de primavera en que el tiempo gusta de hacerte malas pasadas. Tan pronto la tarde se dejaba sentir apacible, como un típico vientecillo de abril te hacía extremecer con el frescor de su soplido. Para relajar el final de una semana de intenso trabajo me acerqué a enseñarle Castrillo a una amiga, mi sitio preferido para relajarme. 
Como siempre, la paz con la que te reciben sus calles calladas en un día de diario, sus campos y la luz del atardecer deslizándose sobre ellas, son sensaciones impagables. Nos recibió, además, el canto del cuco, los balidos y el son de los cencerros del rebaño que volvía a casa, el crotorar de las cigüeñas en el tejado de la iglesia...
Y recordé el relato que ya hace un tiempo le escribí a mi hija, con la que nos gustaba pasear por estos mismos lugares intentando despertar todos sus sentidos. 

Ahora lo dejo aquí para quien quiera leerlo y compartirlo con nosotras . Espero que os guste. 

SONIDOS PARA MÓNICA



Mónica tiene apenas tres añitos y ya es una niña muy preguntona. Lo es porque siente mucha curiosidad por las cosas y todo le llama la atención.
Una tarde de primavera que salió de paseo con su mamá le dio por los ruidos, y cada sonido nuevo que escuchaba le causaba a su madre un auténtico bombardeo de preguntas. Pero lo peor de todo es que Mónica no se conforma fácilmente con cualquier respuesta y, a veces, ponía en un verdadero aprieto a su madre.

            Juntas, su mamá y ella, han comenzado el paseo a la orilla de un arroyo. Mónica iba distraída recogiendo flores cuando  de pronto se escuchó:
-          croac, croac, croac,...
-          ¿Qué se oye? – preguntó Mónica, olvidándose rápidamente de las flores.
-          Son la ranas, que están croando – contestó su mamá
-          ¿Y qué dicen?
-          Cuentan que están contentas de que haya llegado la primavera...
-          ¿Y dónde están?
-          Mira, allí cerca de aquella piedra hay una, otras juegan al escondite.
-          Y esas, ¿qué dicen?
-          Estoy aquí, estoy aquí, estoy aquí...
-          ¿Y qué más?
-          Te dicen ¡hola, Mónica!. Y también llaman a sus amigos…, y a sus bebés
-          ¡Quiero verlas! – exclamó la niña entusiasmada.
Y entonces la mamá de Mónica cogió una piedrecilla y la tiró al arroyo, cerca de la orilla. Las ranas entonces, al oir el “choff” de la piedra al hundirse en el agua, saltaron a toda prisa a las profundidades del arroyo. Aunque lo hacían a tal velocidad que a Mónica solo le dio tiempo a ver unas poquitas.

Algo más allá el arroyuelo cae en pequeña cascada.
-          Glu, glu, glu,...
-          ¿Qué ruido es ese? – se interesó Mónica una vez más mirando y remirando hacia todos los lados.
-          Es el riachuelo que forma una cascada – fue la respuesta de su mamá.
-          ¿Y qué es una cascada?
-          Es la melena del agua
-          ¿Y qué dice?
-          Estoy contenta de que haya vuelto de nuevo la primavera.

Continúan el paseo subiendo hacia el monte, entre las encinas. Allí un nuevo sonido las sorprende:
-          Cu- cú, cu- cú, cu-cú...
-          Y ahora, ¿qué se oye?
-          Es el cuco que se esconde entre los árboles
-          ¿Y qué dice?
-          Dice ¡estoy aquíii! ¿a qué no me encuentras?
-          Mamá – pregunta Mónica una vez más - ¿tú has visto alguna vez un cuco?
La mamá se queda pensativa por un momento y contesta.
-          Pues ahora que lo dices, no. Escuchar he escuchado muchos. Pero nunca he llegado a ver ninguno.
-          Eso es, contesta la niña, que se esconde muy bien ¿verdad, mamá?          
Y la mamá sonríe mientras avanzan un poco más por el sendero, seguidas de cerca por la monótona canción del pájaro hasta que, de pronto, el juego del cuco se ve interrumpido por un nuevo trío de sonidos. Allá a lo lejos, pero no tanto como para no oírse, un rebaño les ofrece sus acompasados ecos. Esquilas, balidos y ladridos se mezclan en el aire haciéndoles llegar una dulce canción.

           Entre ecos tan variopintos el atardecer se aproxima poco a poco y el sol comienza a acercarse en un abrazo hacia los montes. Es entonces el momento de los grillos y las cigarras. Un sonido machacón y repetido se apodera de la tarde. Se mezclan ambos, unos más chirriantes que otros. Las cigarras durante el día, los grillos durante la noche. Como es el atardecer, las más trasnochadoras y los más madrugadores unen sus cantos entonados esta vez por el roce de sus patas.
-          Cri- cri, cri- cri, cri-ci,...
-          ¿Qué se oye? – pregunta una vez más la niña
-          Son los grillos que ya anuncian el verano.
-          ¿Y qué dicen?
-          El sol calienta mucho, el verano ya está aquí.
Y Mónica echa una alegre risotada ante la respuesta de su madre.

           El  paseo tiene que irse terminando antes de que el sol se esconda tras el horizonte.
Mónica y su mamá se acercan hacia el pueblo, y al pasar bajo el manzano, junto a la Fuente de los Enamorados, un zumbido continuado las sorprende:
-          Zmmmm, zmmmm
-          Mamá, ¿qué ruido es ese?
-          Son las abejas que entran y salen de su enjambre.
-          ¿Y qué dicen?
-          Cojo el polen de las flores para hacer rica miel para el invierno.
-          ¿Y qué más dicen?
-          Estamos contentas porque el calor de la primavera ha hecho florecer los campos.
-          ¿Y qué más?
La mamá ya se impacienta.
-          Mónica, hija mía no siempre podemos saber lo que dicen los sonidos.
Pero ella insiste, machacona:
-          Mamá, ¿qué más dicen las abejas?
Se para a escuchar con atención su mami, y después de unos momentos en silencio le contesta:
-          Han cambiado ahora su lenguaje. Es secreto y no se entiende lo que dicen. Seguramente se cuentan cosas de las que no quieren que ni tú ni yo nos enteremos.

Y Mónica, que respeta mucho los secretos, continúa de la mano de su mamá que
encamina ahora  el paseo hacia el interior del pueblo, hasta llegar a la plaza de la iglesia, que tiene un hermoso portalón y un campanario de espadaña. Allí, en lo alto, varias parejas de cigüeñas han hecho sus nidos sobre el tejado y el campanario.
-          Crotorá, crotorá, crotorá,...
-          ¿Qué ruido es ese?
-          Es el crotorar de las cigüeñas
-          ¿Y qué dicen?
-          No dicen nada porque las cigüeñas son mudas
-          ¿Y ese ruido?
-          Lo hacen con los picos. Dicen que sólo lo hacen cuando están enamoradas. Así, llaman a sus parejas y les demuestran su amor. Las cigüeñas son tan fieles que buscan pareja para toda la vida.
-          ¿Y qué más dicen?
-          Que están a punto de nacer sus bebés y que están todas muy contentas.

     Por fin termina el paseo que hoy  ha sido muy largo y muy interesante.  Mónica ha descubierto muchas cosas nuevas a través de sus sonidos. Hoy ha visto el campo de una forma diferente.
            Llega cansada a casa, pero está muy feliz y muy excitada. ¡Era todo tan interesante!
            A la hora de ir a la cama vuelve a hacer el paseo con su imaginación. Su mamá tiene que repetirle de nuevo los sonidos descubiertos.
            Por fin, Mónica se duerme. Y en sus sueños croan las ranas en el arroyo que burbujea, y el canto del cuco se entremezcla con el sonido del grillo y la cigarra. También está el viento que sólo se deja oír, acariciando nuestros sentidos, cuando el crotoreo de las cigüeñas nos deja un respiro de silencio...  Y el zumbido de las abejas…  y el balido de las ovejas acompañado del ladrido de los perros,  y ...
            A Mónica se le escapa una sonrisa. Seguro que  ahora mismo es feliz corriendo en sueños bajo las encinas, junto al arroyo, escuchando de nuevo la sinfonía musical que hoy ha descubierto.
            ¿Y tú? ¿Con qué soñarás tú, hoy?
 


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