Las puertas son vías de entrada y de salida de las gentes, pero también de ideas. Protección, pero también aislamiento. Apertura al exterior, a otros mundos, a nuevas ideas. El pasado año, Astorga celebraba el 200 aniversario del sitio de la ciudad por los franceses, frente a los que finalmente resultó vencedora. En ese momento yo escribí el poema "Ciudad sitiada" como contribución a la Ronda Literaria que en agosto organizó el Centro de Estudios Astorganos "Marcelo Macías", con el implícito deseo de ver para siempre Astorga como una ciudad de puertas abiertas, con todas las connotaciones que ello implica.
Estos últimos días que tan complicados están siendo para tantos países árabes, de los que apenas nos separan unos kilómetros de mar, me han hecho pensar de nuevo en las puertas que la humanidad trata de poner tantas veces al pensamiento, a la evolución, ..., y cuando por casualidad me he vuelto a encontrar con este poema, he pensado en compartirlo como parte de esa reflexión a la que me han llevado estas circunstancias.
CIUDAD SITIADA.
Observó la vieja ciudad custodiada de murallas
dejando asomar las torres eclesiales sobre ella.
Llegaba hasta allí arrastrando sus viejos pies
por el antiguo camino de los peregrinos
buscando el lugar idóneo donde reposar su vejez
y poner en orden ideas y conocimientos acumulados a lo largo de la vida.
Un día, alguien le habló de una pequeña ciudad
encrucijada de caminos y culturas,
un lugar cuyas puertas permanecían siempre abiertas
al paso y los pensamientos de otras gentes,
un lugar en el que fluían las ideas
entretejiendo lienzos de culturas e influencias,
un lugar en el que la creación siempre encontraba espacios propios.
Y, llegado el momento, su momento,
se encaminó hacia allí, hacia ella,
sus pasos cansados de hollar tantos caminos,
de ir y venir por lugares infinitos,
de entrelazar palabras y experiencias
a lo largo de las horas y los días, de los meses y los años.
Llegó cuando la noche comenzaba a extender su abrazo
sobre sus calles y plazas,
sobre murallas y tejados.
Mas no encontró abiertas sus puertas
sitiada la ciudad por hostiles enemigos,
ensangrentados los campos tras escaramuzas y batallas.
La encontró cerrada a cal y canto,
sus cinco puertas clausuras por enormes cerrojos
y todo un pueblo empeñado en su defensa.
Era la hora en que el sol se derramaba ensangrentado
tras la lejana ladera del Teleno,
en que las piedras del viejo bastión se encendían
con el reflejo oro y grana del ocaso
mientras apura su paso el caminante
al sonido del toque de oración desde el convento,
para que no le sorprenda fuera la noche
y haya de dormir a la intemperie.
Pero hoy parecen dormidas las campanas
y los caminantes desvían sus pasos de la villa sitiada,
alejándose con miedo de las tiendas de campaña del ejército francés
que invaden la vega rodeando con un abrazo de muerte
a la ciudad y las gentes en ellas refugiadas.
Callan las campanas mientras las últimas sombras
confunden con la noche las murallas.
Sólo alguna luminaria encendida señala los lugares de guardia
mientras un pesado silencio presagia nuevas luchas
cuando el sol salga de nuevo .
Refugiado en su mantón de viaje,
perdida la mirada en el vacío,
el viajero mira cansado la ciudad que deseaba alcanzar
para descansar en ella sus trabajos.
Busca abrigo junto a un viejo árbol,
sin perder de vista el lugar donde ahora sólo presiente
se alzan esas murallas de puertas abiertas
por donde fluyen las ideas y las gentes.
Y se deja adormilar por el frescor de la noche
esperando que el amanecer le sorprenda
despertando de un mal sueño,
la pesadilla imaginada por el cansancio acumulado.
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