El pasado sábado, tras una entrañable y estupenda (por la compañía) presentación de mi libro "Días impares", en el Trechuro, de Castrillo de los Polvazares, enlazamos con el filandón que Álvaro había preparado para esa noche. Una temática siempre sugerente: el mundo de los árboles, en forma de relato, poema e incluso canción. Fueron muy diversas las aportaciones, y todas ellas muy interesantes. Pero uno de los momentos más mágicos de la noche fue aquel en el que Manuel Bonilla, Manu, nuestro luthier, músico, etc., etc., quiso compartir con todas las personas presentes el relato que había escrito para la ocasión esa misma mañana.
Fue increíble. El silencio se hizo en la Taberna y todo el mundo quedó prendido de sus palabras.
A mí particularmente me gustó muchísimo, así que le he pedido permiso para compartirlo a través de mis redes. No contaréis con la magia de su voz. Pero si buscáis el ambiente adecuado seguro que os emocionará tanto como a quienes estuvimos alli.
Lo acompaño con una foto invernal de una de las paleras (sauce) de Castrillo de los Polvazares. No podía ser de otra manera.
Gracias, Manu, por tu regalo.
El VIENTO Y EL ÁRBOL.
De Manuel
Bonilla.
Al viento le encantaba jugar entre las ramas de aquel
árbol, y más ahora en primavera, cuando sus ramas se vestían con hojas de un
verde luminoso que alegraba el paisaje. Pero a veces lo veía triste o enfadado.
VIENTO: ¿Qué
tienes, árbol mío, que a veces se te mustian las ramas? ¿Acaso te faltan el
agua o el sol? ¿Es pobre la tierra en la que hundes tus raíces?
ÁRBOL: No me pasa
nada... o sí, no sé...
Y lloró un poquito.
V: Es que no
eres un pino... ¿estás triste porque te gustaría ser pino?
A: No se...
quizá sí... se los ve tan altos... ¡Y no se quedan desnudos como yo en el
otoño! Siempre igual de fuertes, sí... eso me gusta.
V: Tú no eres
un árbol de hoja perenne, tú cambias, tienes otros ciclos. 4 Estaciones pasan
por tí cada año y te cambian, y es hermoso verte mudar las hojas. Oh, qué soso
sería el Otoño sin las hojas doradas alfombrando los bosques... ¿no crees?
A: Si, es
posible. Pero duele un poco cuando se caen, y duele también un poco cuando los
brotes empiezan a romper...
Y lloró un poquito.
A: Tampoco
doy fruto. Mira los manzanos de las huertas, los hombres los cuidan porque les
encantan las manzanas, las comen con gusto, e incluso se las dan a los
animales. Y las que quedan en sus ramas son la despensa de los pájaros y las
ardillas en el invierno. ¡Eso sí que es ser útil!
V: Cierto es
que son útiles y preciados por sus regalos los frutales, sí. Pero también es
cierto que los pobres sufren lo suyo: podas, injertos, sulfatos... y cuando ya
dan poco a veces los arrancan para plantar otros más jóvenes y vigorosos.
A: ya,
también es verdad... a mí nadie me molesta... pero los hombres tampoco me
cuidan.
También cuidan de los robles, altos, fuertes, y dan bellotas. Hasta su madera es buena. ¿Sabes que hacen cosas hermosas con ella?
También cuidan de los robles, altos, fuertes, y dan bellotas. Hasta su madera es buena. ¿Sabes que hacen cosas hermosas con ella?
Y lloró un poquito.
V: Bueno, sí,
y eso a veces les cuesta la muerte demasiado jóvenes. Sobre todo cuando la usan
para calentar sus hogares... ¿No habías pensado en eso?
A: Ay, sí, y eso a veces me pone tan triste...
Y lloró un poquito
V: acaso no
lo recuerdas porque eras tan joven... pero fue un hombre del pueblo quien te
plantó aquí. Ellos te aprecian mucho, aunque últimamente andan un poco perdidos
y se han olvidado de tu importancia y la del resto de vosotros. Pero mira,
aunque no des frutos, aunque no aprecien la madera de los de tu especie, aunque
pierdes tus hojas en el Otoño, los hombres, y el resto de los habitantes del
lugar disfrutan contigo. Puede que no sepan muy bien porqué, como puede que tú
tampoco lo sepas, pero así es. ¿No te das cuenta?
A: bueno,
sí... creo que sí. Pero no tienen motivos, ya lo has visto. Y a veces, cuando
estoy así, me dan ganas de llorar, por todo: ganas de llorar cuando un polluelo
rompe el huevo en un nido entre mis ramas, y lloro más si el polluelo se cae.
Lloro cuando veo nacer las flores a mis pies, y lloro cuando las pisan. Lloro
con demasiada facilidad... y cuando intento contenerme se me hace un nudo en el
tronco, y se me atasca la savia, y entonces duele y me siento tan tonto... que
me gustaría irme. Pero no puedo, jo, los árboles no andamos. Snifff. Si fuera
un mirlo... ¡ellos cantan y vuelan! Yo ni ando, ni canto, ni doy fruto.
Y lloró un poquito.
V: Cantas,
sí, cuando dejas que agite tus ramas. Cantan al Sol tus hojas. Canta el flujo
de la savia en tu interior. Canta la Madre Tierra que te llena. Eres parte del
Coro del Bosque. Y sólo tienes que Estar y Ser.
¿Tu
fruto? Tu fruto es el gozo que das a quien a tu sombra se acerca, a quien tiene
el privilegio de poder contemplar tu belleza, a quien sabe sentarse en silencio
junto a ti. Goza el ciervo con las caricias de tus hojas bajas, el pájaro que
canta enamorado y feliz de sentirte su hogar.
Y
tus lágrimas... tus lágrimas son el agua de la Tierra que riega los corazones
de los que a ti se acercan. Tienen la facultad de sanar heridas, de conmover a
los espíritus endurecidos, de germinar las semillas que a tus pies descansan, y
las que todos llevan en su corazón. Las semillas necesitan el agua para
ablandar sus pieles, lo sabes ¿verdad? pero no sirve cualquiera. El agua de tus
lágrimas es agua bendecida por la compasión, es agua cálida y amorosa que
despierta la vida que en ellas duerme.
Y
volar... vuela tu espíritu y las bendiciones que derrama. Yo llevo lejos tus
semillas, tan lejos como no podrías imaginar. Y oyen de ti en los confines más
apartados del bosque. No sabes cuánto das, cuánto acoges y cuánto consuelas.
Todos te están tan agradecidos...
Entonces el árbol se dio cuenta de que poco a poco se
habían ido acercando todos sus amigos, los animales que reptan, los que vuelan,
los que caminan, incluso el paisano que solía sentarse a su vera para meditar
tantos atardeceres... Y sintió su agradecimiento, y el agradecimiento, esa
mágica llave, le conectó con la GRACIA de la creación, y lloró...
Y lloró, y lloró y lloró. Lloró a la vez de pena y de
alegría. Y tanto lloró que tuvo que ahondar aún más sus raíces en busca del
agua que nutría sus lágrimas. Y tan hondo y tan fuerte penetró la Tierra que
rompió una roca enterrada. Y de la roca empezó a manar agua que salió poco a
poco de entre sus raíces, y surgió la fuente que se convirtió en arroyo. Y el
arroyo llegó hasta el río y el agua volvió a las aguas.
Desde entonces hablan las leyendas de una fuente
sagrada, que nace a los pies de un árbol precioso al que van a gozar quienes
tienen la suerte de conocerlo.
(Filandón sobre los árboles. Sábado 9 de abril de 2016
Taberna “El Trechuro”. Castrillo de los Polvazares. )
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