Un martes más nos vemos en la obligación y la necesidad de concentrarnos ante el Ayuntamiento de Astorga para denunciar tres nuevos casos de violencia machista. No sé si yo podré acudir a la cita, pues tenemos convocado un pleno extraordinario a las 19'00 horas y es imprevisible si habremos acabado o no para las 20'00 horas. Pero en caso de no hacerlo, me gustaría mucho que desde el equipo de gobierno tuviesen la sensibilidad de suspenderlo por unos minutos para unirnos a tal manifestación, aunque por supuesto es un gesto que no espero. Me conformaría simplemente, con que al sonar las ocho, pudiésemos guardar siquiera el minuto de silencio de rigor. Pero... ya veremos.
Echo de menos la pancarta anunciando el número de víctimas que llevamos en lo que va de año. Esconder los datos, girar la cabeza no va a hacer el problema más pequeño. Y el papel de las instituciones en esta denuncia social debe hacerse patente y ser prioritario.
Como preveo que no podré asistir a esta concentración, este martes descansaré en la realización de mi escrito de denuncia. Seguro que habrá otras compañeras y compañeros que aportarán los suyos. Mientras tanto, y como en su momento no pude compartirlos, os dejo aquí los dos últimos textos que realicé, por si a alguien le sirven como reflexión.
AHORA, YA ES TARDE
Un denso e incómodo silencio se
extiende en ese momento sobre la multitud que se agolpa a la puerta de la
iglesia, rodeando aquellos dos féretros que guardan para siempre el sueño
eterno de dos cuerpos a los que el salvaje instinto de un hombre que se creyó
su dueño, arrebató a cuchilladas la vida.
Ella avanza por el pasillo que el
gentío le abre a su paso, con el rostro desencajado y los ojos secos ya de
tanto llanto, mientras algunas manos se extienden hacia ella en un vano gesto
de consuelo.
Ya es tarde. Esos ataúdes no
deberían estar ahí, al menos no en este momento ni por esta causa. Se derrumba
casi inerte sobre los féretros de su hija y de su nieto y se hunde entre
recuerdos y sentimientos encontrados.
Recuerda las veces que permaneció
en la plaza, sentada tranquilamente en la terraza, observando desde fuera a
aquellas locas que martes tras martes se empeñaban en gritarle al mundo la
injusticia de los asesinatos por violencia machista. Pero nunca dio un paso
hacia adelante. Nunca pensó que pudiera sentir tan cerca la tragedia. Mientras tarde tras tarde se tomaba su
cerveza observando aquellas concentraciones que mantenía apartadas de si misma
a pesar del poco espacio que la separaba de ellas, nunca prestó atención a las
señales que su hija le lanzaba sin atreverse a contarle abiertamente su
desgracia. Era joven, guapa, preparada,… y su marido un joven simpático que la
colmaba de caprichos. Su posición social no podía ser mejor.
Aquello que cada martes contaban
en la plaza no iba con ella. Por eso nunca abandonó su silla, ni siquiera por
cinco minutos, para ponerse del otro lado de la pancarta. Para apoyar una
injusticia, una salvajada, que no preveían víctimas, que podía afectar a
cualquier mujer, en cualquier momento, en cualquier lugar, de cualquier clase
social. Pero no, aquello no iba con ella, nunca podría ir con ella. Y por eso
miraba hacia otro lado.
Hoy está aquí. Sola a pesar de la
multitud que la rodea. Desgarrada por dentro y por fuera. Sin poder hacer ya
nada para salvar esas vidas tan queridas que la sinrazón de un hombre le
arrebataron para siempre. Abrazada a esas cajas de madera que se llevan
de su lado sus bienes más preciados.
Varias personas tratan de
separarla de los féretros, a los que sigue aferrándose con toda la
desesperación de una madre que se siente culpable de la desgracia de su hija.
Al fin, cuando lo consiguen, cae de
rodillas en el suelo sintiendo como las entrañas se le abren por dentro y de su
garganta sale un grito que rompe el silencio estremeciendo a todos los
presentes. TARDE, piensan muchos. TARDE, piensa ella.
Ahora ya nada podrá devolverle
aquellas vidas tan queridas, aunque tal vez si pueda ayudar a que éstas sean
las últimas que se pierdan.
Mercedes
G. Rojo
Astorga,
7 de julio de 2015.
(Especialmente dedicado a todas
aquellas personas que nos miran – día a día - desde la barrera o que, directamente, ignoran
nuestros gestos de denuncia)
ESTOY AQUÍ
Estoy aquí para alzar mi voz
por aquellas a las que calló la muerte,
por aquellas a las que el miedo
silencia sus palabras día a día,
sus quejas..., sus denuncias..., sus llamadas de auxilio...
Estoy aquí para gritar con mi cuerpo
que no existe contrato alguno que dé a ningún hombre
el derecho de usarlo sin permiso,
de ultrajarlo a golpes,
de forzarlo,
de someterlo al miedo,
de arrebatarle la vida.
Estoy hoy aquí,
para acusar con mi presencia
a quienes miran para otro lado,
sin tener la valentía de dar un paso al grente
escudados en infames disculpas y vergüenzas falsas.
Estoy hoy aquí para recordarte
que como mujer serás siempre una víctima en potencia,
que como hombre tendrás siempre a tu lado una madre, una hija,
una hermana, una amiga, una sobrina, una pareja...,
a la que otro hombre, algún día, pueda intentar arrebatarle,
a trocitos o de golpe, toda su dignidad,
Estoy aquí para recordarte
que siempre será así mientras la sociedad no cambie,
mientras no seamos valientes
y además de palabras tengamos hechos,
mientras no traspasemos esta barrera que nos separa
aunque solo sea por unos breves instantes.
Por eso, estoy HOY aquí.
Para mostrar mi faz
por las que vieron desfigurado su rostro
por los golpes, por el dolor, por el olvido.
YO ESTOY AQUÍ.
¿Y tú? ¿Dónde estás?
Mercedes G. Rojo
(23-06-2015)
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