domingo, 2 de marzo de 2014

EL BESO. Un relato breve para participar en el Filandón sobre la Matanza, realizado en el Reguero Moro de Veguellina de Órbigo.

Siempre he disfrutado mucho con las historias, primero con las que me contaba mi padre, a quien tuve la desgracia de perder demasiado pronto, y luego con las de mis compañeros y compañeras de filandones y veladas, en los que caí por casualidad y que me atraparon definitivamente.  La finalidad de los mismos no era solamente compartir nuestras historias con el público, era sobre todo compartir también entre nosotros unos momentos agradables intercambiándolas y encontrar así un nuevo estímulo para la creación y el recuerdo. 
El pasado día 28, después de una larga y agotadora semana de trabajo tuve una nueva cita (la segunda en dos meses) en el Reguero Moro, de Veguellina de Órbigo, gracias al buen hacer- una vez más- de Helena J. Gª Fraile, y la buena disposición y mejor comida de Xavi. En esta ocasión una cena-filandón con tema de fondo: la matanza. En torno al mismo girarían platos y relatos.
De las contadoras (casualmente eramos 4 mujeres de 4 generaciones diferentes) me tocó intervenir en último lugar, tarea harto difícil después de los relatos presentados por mis compañeras de narración. Y después de unos breves minutos entrelazando algunas anécdotas de mi infancia y juventud en torno a recuerdos ligados a la matanza, esa tradicción tan nuestra y que tantos recuerdos trae a tanta gente, concluí con un relato hilvanado en torno a uno de nuestros productos más típicos, y escrito especialmente para la ocasión. 
Y aunque la vena cómica no es precisamente la que mejor se me da, en este caso, este es el fruto de mis elucubraciones en torno a  uno de nuestros productos más típicos y que, tal vez, sea lo único del cerdo con lo que yo no puedo. 
Espero que el mismo os divierta y os arranque alguna que otra sonrisa. 
 
EL BESO

Sus manos jugaron a enlazarse por encima de la mesa, entre los obstáculos fácilmente superables de vasos y tazas. Mientras, la caricia se extendía a través de sus miradas que recorrían cada rincón del rostro del otro, buscando reconocerse, aprenderse cada poro, cada pliegue de la piel ajena.
Pronto, la distancia que entre ambos suponía aquella mesa de cafetería, se les antojó infinita. Y se encontraron sentados, muy juntos, en aquel diván de un discreto rincón de la cafetería, ajenos a todos y a todo.
Las manos ya no se conformaron con las manos. Para la mirada ya no fue suficiente encontrarse con la mirada del otro. Y sus rostros se juntaron buscando el aliento ajeno mientras los dedos dibujaban nuevas geografías aún desconocidas. Y tras ellos llegaron los labios, deslizándose por cada detalle de la faz del otro, para acercarse despacio, muy despacio, hacia aquellos labios que se ofrecían entreabiertos y ardorosos. Hasta que llegaron  a juntarse en aquel primer beso que jamás olvidará.
Tras el primer impulso, un cuerpo apartándose bruscamente del otro, una voz apenas imperceptible, con un ligero matiz de asco en el acento, preguntando: 

-    ¿Has comido morcilla?
  •    ¡HUELES a morcilla!
Y la magia del momento rota para siempre, ante la mirada incrédula de la pareja, ante una perplejidad que, aún lo recuerda bien, tardó largos minutos en superar.

Son las fiestas de San Froilán, y un olor intenso a morcilla recién hecha se extiende por cada rincón del Barrio Húmedo.
Han pasado muchos años desde aquel primer beso que rechazó y aún sigue sin soportar el olor de la morcilla impregnándose en la piel y en el aliento. Un olor agrio, como a rancio, que perdura durante horas a pesar del agua, del jabón, e incluso de la pasta de dientes, un olor que le sigue produciendo rechazo sin conocer el origen ni la causa.

Con mis felicitaciones a mis compañeras de narración Loly Bodas, Ana Gaitero y Lucía Rubio, así como el estupendo grupo de músicos que nos acompañaron, los componentes de L'arcu la vieya y también Alfonso Martínez con su rabel. Todo ello dirigido por Eugenio. A todos muchas gracias por compartir una velada estupenda. 

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