domingo, 12 de junio de 2016

CUANDO LAS RATAS ABANDONAN EL BARCO. Una reflexión personal para compartir.

Hoy, repasando parte de mi material, me he encontrado con este artículo de opinión que había escrito hace más o menos un año y que no sé por qué circunstancias se quedó en la carpeta de borradores. Al releerlo compruebo que, desgraciadamente, la situación social del momento sigue presentando una realidad tan convulsa que el escrito no ha perdido actualidad. Y he vuelto a reflexionar sobre lo difíciles que son a veces las relaciones humanas, sobre todo cuando las cosas no discurren por donde cada cual queremos. A partir de ahí, el camino que cada quién toma, depende de la propia integridad y de otras muchas cosas (supongo). Por si a alguien le sirve como disculpa para reflexionar sobre ello, ahí queda. 


Cuenta la tradición que cuando las ratas huelen que una tragedia se cierne sobre el barco en el que se han hecho fuertes ocupando sus bodegas (lugar en el que se guardan las provisiones a cuyo olor acuden),  inmediatamente abandonan éste, anunciando  a la tripulación con su huida que un grave peligro se cierne sobre la nave. El naufragio se hace entonces inminente, pues dicen los marineros más veteranos  que el sentido especial de estos animales les hace buscar la muerte antes que vivir la tragedia.
Es esta una  tradición marinera que se ha visto repetidamente reflejada en el mundo del cine y la literatura, donde se recogen multitud de historias en las que la imagen  de “las ratas abandonando el barco” se ha hecho muy presente, sirviendo  la escena de esta huida para  anticipar a lectores o espectadores, según el caso, la catástrofe que se avecina. Tal vez por esta habilidad de ponerse a salvo antes del naufragio, estos roedores estén tan mal considerados dentro de nuestra tradición.
También dice el saber marinero que, llegadas estas circunstancias,  el último en abandonar dicho barco es el capitán, quien – si es valiente y con arrestos – lucha hasta el final por poner a salvo a todos y cada uno de los miembros de su tripulación, incluso a costa de su propio sacrificio.

Trasladando la situación a la travesía de todo grupo humano embarcado en un objetivo común, a veces deberíamos estar más atentos a las situaciones que se van dando en el camino para ser capaces de percibir, por la huída de algunas de las personas que conforman dichos grupos, cuándo se avecina la catástrofe que hará naufragar el barco. ¿Para intentar ponerse a  salvo personalmente o para intentar llegar a puerto con todo el bagaje posible? Eso dependerá sin duda de la valía de cada tripulante.
Y es que siempre hay tripulaciones más aguerridas que otras. Unas que están dispuestas a hacer frente  a la tormenta porque tienen claro su objetivo de llevar la nave a su destino, salvando toda la carga que llevan  dentro y que fue primorosamente escogida,  y otras que embarcaron de cualquier manera, buscando solo el beneficio propio. Esta diferencia de situación hará que, ante una amenaza de zozobra del barco en el que navegan, unos trabajen codo a codo con el capitán para intentar salvar nave, mercancía y tripulación frente a la tormenta y otros se amotinen y hagan más peligrosa aún la travesía. Aunque ocurre a veces que, en  contextos alentados por extraños intereses, al capitán que no abandona el barco, (un barco que se hunde ayudado por las ambiciones de grumetes y oficiales que pretenden suplantar al capitán elegido previamente por los armadores para hacerlo navegar entre afilados bancos de rocas y corales que amenazan con hacerlo zozobrar) se le llama cobardía,  egolatría, prepotencia… Y a quien se mantiene a su lado por compromiso ideológico y por lealtad, se le llama esbirro, vasallo, y otras mil lindezas…
Antiguamente, el código marino imponía graves penas a quien se sublevase o alentase el levantamiento de la marinería contra el capitán. Hoy parece que las tornas han cambiado, y que quien ha de sufrir el linchamiento es precisamente ese capitán que ha intentado salvar del hundimiento un barco que, a sus espaldas, ya le confiaron debilitado bajo la línea de flotación y que comenzó a hacer agua con las primeras dificultades.
Entonces, en vez de hacer frente común, como una sola tripulación que  lucha por mantener a flote la nave en la que viajan sus ideales y sus preciadas mercancías, siempre hay una parte de ella que toma la actitud de esos roedores que  abandonan el barco por las brechas abiertas, incluso procurando que las mismas sean cada vez más grandes para que el hundimiento sea más rápido, demostrando  con ello que lo único que les interesaba de la  travesía iniciada era su propio beneficio.
Ante estas situaciones, deberíamos reflexionar en profundidad y analizar quienes son las ratas que abandonan el barco, los motivos que las mueven a ello,  y las vías utilizadas al respecto, para no llevarnos a engaño de con quien estamos tratando en cada momento.

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