viernes, 28 de enero de 2011

DE LIBROS Y REFLEXIONES


A veces la vida es una sucesión de casualidades que te van llevando por un camino en el que se van sucediendo toda una serie de hechos encadenados. Aparentemente, esos hechos son casuales y no tienen nada que ver unos con otros, pues uno no te ha llevado directamente al siguiente. Se han ido produciendo de manera aleatoria, de manera fortuita. Pero, cuando tras dichos acaeceres tomas un poco de distancia sobre ellos y analizas los hechos,  a veces te preguntas si no habría algo en el destino dispuesto a unirlos entre sí.
Algo así me ha pasado a mí en los últimos meses con respecto a una serie de novelas y de películas que han ido llegando hasta mí, sin buscarlas, de forma casual. Curiosamente han confluido en ellas distintos puntos de conexión. Todas reflejaban fundamentalmente la realidad femenina, y en todas ellas se aludía a la relación de estas con las últimas guerras sufridas en España y en Europa. Las ausencias vividas, las vejaciones sufridas, las cicatrices dejadas…, y también el papel representado para luchar contra la injusticia, la barbarie, la discriminación. Y la manipulación utilizada tantas veces sobre esas mujeres, por unos y por otros.  
Dejaré para otro momento las películas, pero si me gustaría compartir las impresiones vividas con la lectura de dos de esas novelas.
El primero de los libros, “La canción de Ruth”, de Marifé Santiago Bolaños, una novela diferente, que a través de la historia de su protagonista nos va enlazando la de diversas generaciones desde el dolor y la memoria. Se trata de una novela con una estructura muy poco convencional con la que Marifé Santiago, a partir del rico lenguaje y el pulso poético que desprende toda su obra,  teje una hermosa y emocionante historia que descansa en la lucha contra el olvido y en la búsqueda de los orígenes del dolor personal y colectivo de quienes han vivido una época decisiva en la construcción del siglo XX.
En Astorga tuvimos ya la suerte de que nos la presentase el pasado mes de diciembre. Muy pronto, creo que el día 18 de febrero, estará en León, aunque aún no sé el lugar. Para no perdérsela, pues las presentaciones de Marifé son siempre muy especiales.
Os mantendré informad@s


La otra novela llegó a mis manos como regalo de Reyes de una buena amiga. Aunque había oído muy buenas críticas al respecto, de momento no tenía intención de leerlo. Esta circunstancia me hizo cambiar de opinión. No me gusta dejar en el olvido los libros que expresamente me regalan. Sin embargo he de reconocer que últimamente las novelas largas me dan un poco de miedo, más que miedo “pereza”, diría yo.  Será por la falta de tiempo que arrastro con tantas cosas entre las manos. Fue una casualidad más, como lo fue haber topado con aquellas películas en una de esas cadenas privadas de televisión en una de esas noches que no te apetece hacer nada más que adormecerte en el sofá, ante una película cualquiera. Pero que finalmente consiguió encandilarme y mantenerme atrapada desde el principio, desvelado el sueño hasta los títulos de crédito. Después de quitarme esa pereza que me daba el considerable volumen de “El tiempo entre costuras”, de María Dueñas, me decidí por fin a leerla. He de reconocer que las primeras hojas me costaron un poco. Tal vez no era el momento más adecuado. Pero poco a poco me fui sumergiendo en la historia hasta quedar definitivamente atrapada. Entre amores y desamores de la protagonista, la autora nos va mostrando un excelente retrato de una época histórica demasiado cercana que aún sigue mostrándonos más sombras que luces, y del papel que algunas mujeres pudieron desempeñar en el devenir de los hechos, como espías, como confidentes, como observadoras… Un magnífico relato cargado de sorpresas, escrito a la tradicional usanza de las buenas novelas de intriga pero con un trasfondo socio histórico que la ha hecho, para mí al menos, finalmente muy interesante.

Poco tienen en común ambos libros a no ser que ambos están escritos por mujeres y hablan de mujeres, y de las secuelas que dejan en sus vidas las situaciones bélicas en las que se ven envueltas. Son planteamientos totalmente diferentes, con formas de escritura diferente. Pero ambos nos pueden resultar imprescindibles para comprender la tragedia de la guerra y cómo sus consecuencias trascienden mucho más allá del momento en sí, marcando para siempre las vidas de quienes se ven afectados/as por ella, especialmente de quienes son o se consideran más débiles, y por tanto más vulnerables, generalmente niñ@s y mujeres. 




viernes, 7 de enero de 2011

ARTÍCULO DE FULGENCIO FERNÁNDEZ RECORDANDO A MANUELA REJAS

Hoy, 7 de enero de 2011, los Reyes "Magos" de Oriente nos han dejado un hermoso regalo para todas aquellas personas que en su día conocimos, quisimos y admiramos a Manuela Rejas, nuestra "maga" Violeta, que llenó de tan diferentes tipos de "magia" la vida de quienes llegaron a conocerla, tanto en su faceta profesional como en la personal. Fulgencio Fernández, en el periódico La Crónica, le dedica un hermoso recordatorio considerándola como una de las protagonistas que se nos fueron en el 2010 dignas de ser recordadas entre otros nombres más famosos. 
Del mismo, y de otros artículos escritos sobre ella con anterioridad, se puede entrever que Fulgencio Fernández ha sido también una de las personas que quedó enredado para siempre en la especial magia de Manuela. 
Aquí os dejo el enlace para que podáis leerlo, si no lo habéis hecho ya.

miércoles, 5 de enero de 2011

NOCHE DE REYES

Tenía, la noche de Reyes, el dulce encanto de la inocencia infantil con que era esperada a lo largo del año. La precedía un ambiente de magia, de entradas y salidas, de cuchicheos, ..., un sospechar y un por si acaso que se prolongó durante años llenando de ilusión las fiestas navideñas. Hoy, las tres mágicas figuras parecen desvanecerse ante el mediático impulso de la oronda figura de un personaje también mediáticamente vestido de rojo, como el producto que lo puso de moda, con la disculpa de que no hay tiempo para disfrutar los regalos. ¿Tiempo? hay todo el tiempo del mundo. Otro largo año antes de la próxima visita dadivosa, pero rota ahora por cumpleaños, finales de curso, santos, y otras y diversas disculpas peregrinas para llenar el ansia consumista con que los mayores empujamos a los pequeños hacia el futuro. 
A pesar de esta invasión de "hombrecillos colorados" a mí me siguen gustando los Reyes, que para eso son tres, como tantas otros elementos que nos hablan  de lo mágico y de lo sagrado, pero también de la buena suerte. Suerte con la que ojalá consigamos afrontar el próximo año. Y como un reclamo para la misma, aquí os dejo este relato de Reyes que espero os entretenga un rato. 

NOCHE DE REYES.

Paula, como siempre, esperaba  ansiosa la llegada de la noche de Reyes. Era la fecha que más le gustaba de toda la Navidad.
            No era una niña especialmente caprichosa y sus deseos infantiles eran fáciles de contentar. Pero le gustaba sobre todo esa magia que flotaba en su casa en torno a ese día. Emocionados, los tres hermanos se iban pronto a la cama y al día siguiente la emoción de los regalos les hacía madrugar más que nunca para ver que sorpresas recibían. Acudían presurosos a la sala donde los Magos depositaban su cargamento y acto seguido saltaban a la cama de sus padres que, justo ese día, parecía que no tenían prisa por levantarse.

            Este año el ritual ya se había completado. La última cena especial de las navidades, la preparación de la bandeja de turrones caseros y otras delicias para que los Reyes pudieran reponer sus fuerzas junto a las tres copas y la botella de coñac (que su hermano, algo mayor que ella, se empeñaba en marcar para comprobar si en verdad habían estado allí y habían respondido a su hospitalidad, pues sus padres no bebían ni gota y por tanto no podían ser ellos los que reducían el nivel de la botella)... Y, por último, sacar brillo a sus mejores zapatos que eran depositados con mimo junto a la ventana para que los viajeros de Oriente supiesen con seguridad donde debían dejar cada regalo.
            Y una vez terminados todos los preparativos ya estaban los tres metidos en la cama.
 Fue en ese mismo momento, cuando estaban a punto de apagar la luz de la habitación, que sonó el timbre de la puerta.
            Era María, su vecina de la derecha, que venía a darles las buenas noches y a desearles unos felices reyes. María les quería mucho y, sobre todo las dos niñas, pasaban  a menudo horas en su casa haciéndola compañía y escuchando sus historias. Por eso, cuando entró en el dormitorio, le pidieron un cuento antes de dormirse. Y la historia que ella compartió con los niños fue la siguiente:
“Cuando yo tenía más o menos vuestra edad a veces pasaba las Navidades en casa de mis tías, sobre todo la noche de Reyes. Me acuerdo especialmente de un año en el que me quedé. Como vosotros me fui temprano a la cama a pesar de que yo quería quedarme para saber como eran los Reyes. Entonces mis tías me dijeron que ellos no entraban jamás en las casas si sabían que los niños estaban despiertos y que, por lo tanto, corría el peligro de quedarme sin regalos si llegaban a sospechar siquiera que pudiera estar despierta.
 Yo no me lo creí mucho, pero me fui a la cama y me hice la dormida. Al poco tiempo todas las luces de la casa se apagaron y se hizo el silencio. Sin quererlo me quedé dormida, pero los nervios impedían que mi sueño fuera profundo y en un momento determinado de la noche me despertaron ruidos y voces en la casa. Convencida de que eran los Reyes Magos que estaban colocando mis regalos, me levanté sigilosamente para verlos. Todo mi afán era saber como eran en realidad, si sus trajes eran tan lujosos como nos decían, si de verdad llegaban montados en camellos y, sobre todo, si Baltasar – que era mi rey preferido – tenía la piel tan negra como el azabache o sólo color de chocolate”.
            Los tres niños escuchaban el relato de María sin pestañear  y, llegados a este punto y ante la pausa que su narradora favorita había hecho en la historia, Andrea, la hermana menor de Paula, le preguntó emocionada:
-         Y los viste de verdad? ¿Cómo eran?
“Pues no lo sé – contestó ella lejanamente pensativa -. En ese momento sentí un golpe en la cabeza y me desvanecí. Al día siguiente desperté en mi cama con un fuerte dolor de cabeza. Mis tías me zarandeaban diciéndome que los Reyes Magos habían depositado sus regalos en la habitación de al lado.”
-         ¡Qué historia más tonta! – dijo el hermano de Paula-. Seguro que no es verdad.
-         Bueno – contestó María  - allá tú si no lo crees.
Les dio las buenas noches a los niños y se volvió a su casa.

   Paula, que habitualmente no era miedosa para nada, se quedó inquieta tras el relato de María. Había albergado la secreta intención de espiar la llegada de los Reyes esa noche. Se hacía mayor y le llegaban ciertos rumores de otros niños que ella quería comprobar por sí misma.
   Pero tras el relato de su vecina, esa noche, cuando definitivamente se preparó para dormir, un impulso hizo que se cubriera con el embozo de la sábana hasta más arriba de su cabeza, y apretó bien fuerte las manos sujetándola, no fuera a ser que le ocurriera lo mismo que a María.

   Así, durante varios años después, cada vez que llegaba esa noche, repetía la misma operación en la oscuridad del dormitorio. Conocía ya a ciencia cierta el origen de los Magos, pero aún le quedaba en su inconsciente – todavía cargado de inocencia – un resquicio de ...
“... POR SI ACASO.”

lunes, 3 de enero de 2011

NIEBLA EN LEÓN

León. A las 8'00 a.m del 03/01/2011. Tras la niebla, se oculta la catedral.
Una de las peores sensaciones que llevo de estos inviernos de León es la niebla. Entre mis recuerdos infantiles, el de la niebla tiene escasa presencia. No recuerdo que en los largos días invernales en Astorga, esta apareciese muy a menudo. Al contrario, recuerdo días muy fríos pero soleados, con ese color blanquecino que las bajas temperaturas le confieren al sol, y los chupiteles de hielo colgando de las cornisas de las casas, dejando escapar pequeñas gotas cuando ese sol invernal acariciaba su fría y cristalina superficie. Y la niebla, solo como una excepción en algunos de esos días.
Fue luego, cuando me vine a estudiar a León, cuando este fenómeno se me hizo un poco más patente, pero tampoco demasiado. O al menos no lo suficiente para que me acostumbrase a ella. Pero en los últimos años nos está visitando demasiado repetidamente. Al menos para mi gusto.
Hoy me he levantado y, al mirar por la ventana, no he podido siquiera adivinar la silueta de la catedral tras los tejados. Está ahí, sé que está ahí porque la veo cada día, a cada hora, mostrándome la belleza de las piedras antiguas sobre la anodina visión de tejas, antenas y chimeneas. Pero es como si los maléficos duendes del invierno se la hubiesen llevado para siempre. 
Entonces he recordado una tarde en que conducía volviendo a casa cuando me sentí repentinamente engullida por una espesa e inquietante niebla, dando lugar a un pequeño poema que hoy quiero rescatar y compartir desde este espacio, mientras espero que a lo largo del día se haga la claridad y los duendes del tiempo me devuelvan de nuevo la visión de la catedral que a estas horas aún me niegan. 

NIEBLA.
Tragada por el vientre 
vacío de la niebla, 
me hundo hacia la NADA
mientras la NADA me rodea. 

Ni luz, ni claridad siquiera...

En ella no hay NADA. 
NADA siento. 

Y el vacío me inunda, 
como si verdaderamente en el mundo 
no hubiera... NADA.