martes, 21 de diciembre de 2010

LA LEYENDA DEL PUENTE DE LA BRUJA (un relato inspirado en la leyenda que ¡tantas veces! me contó mi padre)


Llega un tiempo de leyendas y de historias, un tiempo en el que entre compras, reuniones, cenas, comidas y demás agobios navideños, podríamos aprovechar para contar historias, para contarnos historias y recuperar con la magia de las palabras la ilusión del tiempo compartido. 
En las largas tardes - noches de estos días navideños, a mí, particularmente,  me encantaba que mi padre me contara historias, algunas de las cuales nos repetía una y otra vez. Algunas de ellas, como esta, pertenecían a la tradición oral de su pueblo. Con el paso del tiempo, cuando yo me hice madre, fue creciendo en mi imaginación a instancias de la insaciable capacidad de escucha de mi hija, que siempre quiere más. Contarle a ella es como recuperar de alguna forma esa infancia perdida y la presencia de mi padre que ya no está. 
Era una leyenda que aún se conserva entre la gente más mayor del pueblo y alguna que otra persona más joven interesada en estas cosas de la tradición oral. 
En qué la he convertido yo, exactamente no lo sé. Lo dejo a juicio de quienes la leáis. ¡Y qué la disfrutéis!
 
La leyenda del “Puente de la Bruja”.

Había una vez, en el antiguo País de Maragatos, un pueblo llamado Castrillo de los Polvazares. En sus alrededores tenía, como casi todos los pueblos, un lugar que todo el mundo conocía como “las eras”, pues  allí  se juntaban a comienzos del verano los habitantes del lugar para trillar su trigo, su centeno o su cebada, a golpe de mula o de caballo. Y allí comenzó hace mucho, mucho tiempo, cuando ni vosotros, ni yo..., tal vez ni siquiera nuestros  abuelos..., habíamos nacido, la historia que ahora voy a relataros: la leyenda del “puente de la bruja”.
Atravesaba dicha zona – del extremo superior al extremo inferior -  un pequeño regato  que vertía sus aguas al río Jerga, que discurría un poco más abajo, por el lugar llamado “Entre paleras”.
Este regato, en los meses de verano, bajaba casi seco, incluso yo diría que seco del todo en algunos momentos.  Pero... cuando llegaban las lluvias del otoño, o el deshielo con la primavera..., su pequeño cauce crecía y crecía hasta hacerse ancho y profundo, tan profundo que no podía vadearse con madreñas (pues en aquel tiempo no existían las botas de goma como las que ahora usan los pescadores para meterse en el río sin mojarse), y sólo los más atrevidos osaban pasar de un lado a otro del mismo ayudados de arcaicos zancos de madera y juncos. Así que quienes tenían sus huertas y colmenas del otro lado de este regato, que llegaba a convertirse en tan hermoso riachuelo, tenían que dar largos rodeos para llegar a sus tierras.
Por eso, un buen día, decidieron que tenían que encontrar una solución para no perder tanto tiempo en las épocas en que no podían vadearlo.
Como bien podéis imaginaros, la solución que encontraron fue construir un puente.  Pero como el regato corría casi a ras de suelo, no podían construirlo con troncos de madera que fuesen de lado a lado, pues corrían el peligro de que al crecer las aguas estos fuesen cubiertos por ellas y, entonces, todo el trabajo no les habría servido para nada. Así que decidieron que construirían un pequeño y gracioso puente de piedra que se elevase por encima de la altura que el agua conseguía alcanzar en sus épocas más abundantes.
Tuvieron que esperar a la llegada del verano para ponerse manos a la obra, cuando las aguas hubieran descendido tanto que apenas fueran un hilillo en los extensos campos de las eras.
... Y así lo hicieron. Cuando hubieron pasado los días de la siega y de la trilla, con todo el grano  ya guardado en los graneros y paneras, los maragatos de Castrillo llamaron  a “facendera”. Y, así, de cada casa acudió una persona a ayudar en la construcción de aquel puente que les resultaba  tan necesario.
El lugar escogido fue, más o menos, el tramo situado en la mitad de la era. De esta forma los vecinos que vivían a los extremos del pueblo no podrían echarse en cara unos a otros que el puente quedaba más cerca de un extremo de Castrillo que del otro.
Primero fue necesario acumular un montón de piedras para poder comenzar su construcción sin dar demasiadas vueltas. Y cuando esto fue así, por fin pudieron ponerse manos a la obra. ¡Claro que el trabajo resultó más complicado de lo que nadie había pensado en un primer momento! Y como un día no fue suficiente tiempo para terminarlo, cuando llegó la noche abandonaron la tarea comenzada con intención de continuar al día siguiente donde lo habían dejado.
Y así fue, todo el pueblo se fue a dormir orgullosos del trabajo hasta entonces realizado.
Pero al día siguiente, con la llegada del sol, llegó también la sorpresa. Cuando los vecinos de Castrillo alcanzaron el lugar donde construían su puente, pudieron observar asombrados que todo su trabajo se había venido abajo. Sin embargo, en vez de desanimarse, se pusieron de nuevo manos a la obra y consiguieron levantar lo que se había caído y avanzar todavía un poquito más.
Otra vez llegó la noche, y otra vez tuvieron que abandonar su trabajo en el puente sin haber conseguido terminarlo.  Y otra  vez en la mañana vieron que su obra se había derrumbado por la noche.
Durante varios días volvió a ocurrir lo mismo. La “facendera” realizaba el trabajo de día, pero tras la noche todo el  trabajo aparecía derrumbado de nuevo.  Y los habitantes de Castrillo comenzaron a pensar que alguna BRUJA andaba de por medio, y que era ella con sus hechizos y sus juegos quien destruía el trabajo diurno. Incluso algunas mentes calenturientas decían haber oído por las noches ruidos extraños provenientes de “las eras”, como el sonido de palabras rituales lanzadas a la luna mezcladas con aullidos de lobo y el canto de extraños pájaros.
A pesar del temor que comenzaban a sentir – porque en aquella época y en aquellas tierras aún se creía en brujas, y las brujas nunca traían nada bueno -, como el puente les hacía tanta falta, decidieron montar guardia por la noche, descubrir a la bruja causante de aquellos repetidos destrozos, y darle tal escarmiento que no le quedaran ganas de volver a meterse con las gentes del pueblo y sus cosas.
Y así lo hicieron. La primera noche sortearon quien había de quedar vigilando. Le tocó la suerte a  un joven llamado Pedro.  Pero como estaba tan cansado de la dura tarea del día, se acurrucó junto a un pequeño muro de piedra cercano y se quedó profundamente dormido. Así que no podemos saber que fue lo que aquella  noche hizo – como en  las anteriores – que  el puente se derrumbara de nuevo.
La segunda noche fueron dos los vecinos que se quedaron de vigilancia. A pesar de estar casi en agosto, la noche se había puesto fresca, así que decidieron encender una pequeña hoguera que les diera un poco de calor. Se recostaron junto a ella para descansar un poco la espalda y antes de que se dieran cuenta, entre el cansancio y el calorcito de la hoguera, también se quedaron dormidos.
Les dio vergüenza tener que reconocer frente a los demás que el sueño les había invadido y que por eso no podían contar qué había hecho que el puente se derrumbara una vez más, así que, con un guiño, se pusieron de acuerdo en un periquete y comenzaron a inventarse para sus convecinos una fabulosa historia: “que durante la noche había llegado una bruja montada en una escoba aullando a la luna y que había comenzado a dar vueltas alrededor del puente pronunciando extrañas palabras". Contaron que intentaron bajarla de su escoba a golpe de baleas, pero que entonces comenzaron a salir chispas de toda su figura y que tuvieron que alejarse para no ser quemados por ellas. Cuando al fin las chispas cesaron y la bruja se alejó riendo en su escoba, ellos se acercaron al puente y pudieron comprobar que de nuevo había sido derruido.”
Lo mismo ocurrió de nuevo una tercera noche en que Matías, Nicanor y Lorenzo se quedaron de guardia. Les venció el sueño y, para justificarse, aumentaron todavía más la fantasía comenzada por sus compañeros  la noche anterior.
Una vez más volvieron  al trabajo los miembros de la facendera. Pero esta vez, al llegar la noche, fueron las mujeres las que - hartas de tantas tonterías de brujas y brujerías -  decidieron quedarse de guardia y darle un buen escarmiento a la bruja, si es que aparecía ¡claro!, que no estaban ellas tan seguras. Se hicieron con varios cubos llenos de agua y con dos largas cuerdas. El agua serviría – pensaron  – para apagar las chispas de la bruja si volvía a pasar lo de la noche anterior, y con las cuerdas la atarían bien atada una vez derribada de su escoba. Para hacer más corta la espera, volvieron a encender una pequeña hoguera y, colocadas alrededor de ella, comenzaron a contar historias y a cantar las canciones con las que a menudo entretenían sus tareas mientras tejían e hilaban como en los filandones invernales, y evitar así que pudiera apoderarse de ellas el sueño. De entre el círculo de mujeres, que iba cambiando de posición para turnarse en la vigilancia, siempre había cuatro o cinco con la mirada pendiente del puente. 
De pronto comenzó a oírse un ruido. Primero fue como el producido por un pequeño temblor, después se hizo más intenso. Y todas, vueltas ya hacia el puente, pudieron ver como las piedras comenzaban a caerse, primero una a una, después todas de golpe.
Miraron y remiraron, buscaron y rebuscaron... No había por los alrededores ni el menor asomo de bruja, ni de brujo, ni de espíritu o fantasma. Se dieron cuenta que el puente se caía por su propio peso porque no estaba bien apuntalado. Y satisfechas por haber descubierto el origen del problema, que ¡por cierto! no tenía nada de mágico ni de misterioso, se acurrucaron ya tranquilas junto al fuego y se quedaron dormidas hasta el alba.
Cuando llegó el relevo de los hombres, dispuestos a seguir con la tarea, las encontraron ya despiertas y esperando. Vieron el puente de nuevo derruido, pero esta vez no hubo excusas ni historietas.
Una vez conocida la causa del desastre que noche a noche se producía, volvieron a comenzar el trabajo, esta vez poniendo una estructura que sujetase bien el puente mientras  lo iban levantando. Duró el trabajo varios días, pero ya no volvió a derrumbarse. Y al fin, una tarde de verano, pudieron dar por terminada la faena.
El puente se levantaba por fin, en medio de las eras, cruzando de lado a lado el regato que se desbordaba con las lluvias del otoño y el deshielo de la primavera.

Han pasado los años, muchos años desde entonces. Castrillo sigue en su lugar de siempre, como un pueblo anclado en las brumas del recuerdo. En “las eras”, hoy ya nadie trilla el trigo, ni el centeno.
Pero el puente aún sigue en medio de la pradera, cruzando de lado a lado la hondonada seca que encontramos en verano; facilitando el paso de un lado a otro cuando las lluvias o el deshielo aportan algo de agua a su cauce.  Aún  sigue en su lugar, con sus piedras hoy algo maltrechas, humilde  y útil, formando parte del paisaje.
Y desde entonces los que viven en el pueblo y los que de él descienden aún lo conocemos como “el puente de la bruja”, por más que en torno a él  brujas nunca hubiera.

viernes, 17 de diciembre de 2010

NUEVO FILANDÓN EN ARMUNIA

El próximo lunes día 20 de diciembre, participaré en un nuevo filandón en la localidad de Armunia. Organizado por la Asociación Juan Nuevo y con la colaboración de la bibliotecas Municipales de León  y la Casa de Cultura de la localidad, me acompañarán Sarita Valladares, Mª Dolores Otero, Prisciliano Castillo, Mª Carmen Carbajo y mª Nieves Martínez. O les acompañaré yo a ellos. Al finalizar el acto habrá ricas sopas de ajo.
¡AH, y por mi parte, HABRÁ ESTRENO DE RELATO!

ACTIVIDAD: EL FILANDÓN DE ARMUNIA

LUGAR. Casa de Cultura de Armunia (hay autobús urbano hasta allí)

DÍA Y HORA: 20 de diciembre (lunes ) a las 19'00 horas.

domingo, 12 de diciembre de 2010

CONCIERTOS NAVIDEÑOS Y ESTALLIDOS: DOS MICRORRELATOS EN TORNO A LA NAVIDAD

A veces jugar con el lenguaje nos produce sorpresas inesperadas. Estos dos microrrelatos son la consecuencia de uno de esos juegos. 


CONCIERTOS NAVIDEÑOS

            Completó la decoración de la casa colocando el pesebre en el lugar de honor que siempre se le reservaba. Y luego lo llenó todo de flores, de flores blancas, y amarillas, flores rosas, y azules, y rojas…, flores de color violeta.
            ¡Le gustaban tanto esos días en los que se sucedían reuniones tan esperadas durante el resto del año! Las reuniones familiares, y las de amigos, las reuniones con sus antiguas compañeras de colegio y de instituto.
            Y para ponerle la guinda al pastel, los conciertos. Esos conciertos navideños que año tras año conseguían trasladarla a la infancia, a aquella niñez suya de la que solo podía recordar un estado eterno de felicidad.

ESTALLIDO.

            La familia se reunió alrededor del belén. Era la fiesta más esperada para unos y la más odiada para otros. Tal vez no era esa la palabra. Tal vez fuera mejor decir que era temida por el río de sentimientos dormidos que era capaz de despertar.
            El caso es que al final todos estaban allí, alrededor del “nacimiento”, cantando villancicos.
            Hasta que no pudo soportarlo más y se marchó de casa dando un portazo… Para perderse caminando bajo la nevada. Hasta quedar sin fuerzas. Y sin recuerdos.



sábado, 11 de diciembre de 2010

Homenaje a Manuela Rejas en La Panera nº 30, en el Día del trabajo.

Continuando con la recopilación de textos que Manuela Rejas me ha ido inspirando a lo largo del tiempo en que tuve contacto con ella, incluyo los dos que se publicaron en La Panera nº 30 de mayo del 2009. Hacía poco tiempo que la habíamos perdido. En el primer caso, le dediqué el Editorial que estaba ligado a la celebración del Día del Trabajo, el 1 de mayo. En el segundo caso se trata de la introducción de algunos de sus textos que en su momento me había prestado para irlos publicando en la sección de páginas de creación de nuestra revista, que le gustaba mucho leer.
Siguen siendo parte de su homenaje. (Pinchar sobre cada página para poder leerla)



viernes, 10 de diciembre de 2010

Número 32 de la Revista "La Panera"

Está a punto de salir la edición en papel del último número de la revista "La Panera", que llevo coordinando desde hace casi nueve años. En papel podreis encontrarla en los Centros de Personas Mayores León I (Colón) y León II (San Isidoro), seguramente a partir del 15 de diciembre.  Como no encuentro manera de colgar el pdf de la misma incluyo la portada y el índice de la misma en el blog. Si alguna persona está interesada, si que se la puedo enviar por e-mail. 
En este número, entre otros textos, contamos con la colaboración de Ana Gaitero, reportera habitual del Diario de León, que nos ha escrito un precioso editorial. 
 También hay un artículo mío sobre el significado de los Días Internacionales como recordatorio de diversas situaciones y como estrategia en la búsqueda por la Igualdad entre las personas de todo edad, rango y condición.


MANUELA REJAS. Una ilusionista de la vida

En el nº 21 de la  revista La Panera, hice mi primera semblanza sobre Manuela. En ella hay aspectos que no están recogidos en otros escritos sobre ella. Como todo homenaje es poco, aquí dejo el artículo para quien quiera leerlo.  (Pinchar sobre cada página para poder hacerlo)



Manuela Rejas. El relato de una pequeña "gran" historia.

Manuela Rejas fue para mí una de esas personas que llegan a tu vida por casualidad y terminan por quedarse para siempre. Así, por casualidad fue como la conocí, y así por casualidad fue como nos hicimos amigas y empezamos a hacer cosas juntas de vez en cuando, muy de vez en cuando. La sensación que me produjo fue tal que quise que otras mujeres con las que trabajaba la conocieran. Me parecía que desde la dureza de su vida, pero también desde su arrojo y su valor, tenía mucho que decir y que aportar. 
Hablar con ella siempre me daba empuje para seguir adelante en mis empeños, y me descubría cosas que intuía formaban parte de nuestra historia pero que nadie me había contado de primera mano. Como ella lo hizo. Ya no eran sucesos que podían estar más o menos novelados, eran la vida misma, contada en primera persona por alguien, una mujer, que los había sufrido en carne propia. Quise descubrirla a otras personas. algunas, personas que se quejan a todas horas de una vida que no siempre la ha tratado mal. Y como Manuela le había echado arrojo a la vida refugiándose en la escritura, escribí una semblanza sobre "el poder creativo de la edad" para la revista La Panera, una revista hecha por mayores (no todos) pero no solo para mayores. Y así surgió el artículo "Manuela Rejas: una ilusionista de la vida".
Más tarde, conseguí que la Concejala de Mujer y Servicios Sociales del Ayuntamiento de Astorga, se interesase por ella, y al hilo de la presentación del cortometraje "Violeta y el baúl americano", basado en su propia vida preparamos una primera presentación oficial en el marco de la Semana de la Mujer del 2009.
Estábamos preparándole un merecido homenaje en el marco que ella más amaba (aparte de la literatura) , el de la magia, que había sido uno de los mayores alicientes de su vida, además de su profesión, cuando se nos fue un triste día de marzo.
Me di cuenta entonces de que aún había muchas personas por descubrirla, que podían ver en ella un ejemplo de superación y arrojo, y que darla a conocer era importante en el proceso de visibilización de las mujeres y de sus logros que hacía tiempo había comenzado. Así que me puse en contacto con el director de la revista "Filandón" que se edita los domingos en el Diario de León y le propuse el artículo. Era el último homenaje que podía rendirle a una amiga que en el poco tiempo que pude disfrutarla me aportó tantas cosas. Y a una mujer que representaba el arrojo de tantas otras que, en tiempos tan difíciles de nuestra historia, supieron salir adelante y sentar - tal vez sin ellas saberlo - unas bases en pos de la igualdad de las que ahora estamos aquí , luchando por unos ideales largamente perseguidos.
Y, por fin, tras varios meses de espera, ha salido a la luz el reportaje que quise dedicarle a Manuela, nuestra Manuela Rejas. Vio la luz el cinco de diciembre, y me pilló fuera de estas tierras, por lo que supe de su publicación a través del comentario de una amiga común.
Os ofrezco ahora el enlace para acceder al mismo, y recordarla o conocerla un poquito a través de él. Es la edición digital, así que va sin fotos. Espero poder ofreceroslo pronto con las mismas.

Manuela Rejas. Diario de León. Rev. Filandón. 05/12/2010

viernes, 3 de diciembre de 2010

Ana María Matute, Premio Cervantes 2010

Por fin un nuevo nombre de mujer ha llegado a engrosar el abundante  listado que, desde 1975, forma la relación del prestigioso Premio Cervantes de las Letras Hispanas, el más importante de los premios literarios en lengua española. Fue el pasado 24 de noviembre. Ana María Matute consiguió, por fin, hacerse con el galardón en un día para mí muy significativo, pues me encontraba inmersa en las actividades programadas en torno al Día contra la Violencia de Género, que se conmemoraba al día siguiente, 25 de noviembre. Podéis pensar que qué tiene que ver una cosa con otra. Para mí mucho, porque uno de los contenidos que me encuentro trabajando con la gente más joven, a efectos de prevención en el tema, es precisamente el de la visibilización de las mujeres. Entre ellas, las escritoras, claro está.  Buceando en los diversos aspectos históricos de nuestra evolución social, es curioso observar como, durante tantos años, tantos siglos, han conseguido esconderse infinidad de nombres femeninos que han formado parte de la historia de la creación, en sus diversas ramas, aunque afortunadamente, pero todavía de forma lenta e irregular, comienzan poco a poco a aflorar. Porque estar, han estado siempre ahí. Incluso muchas más de las que dejaron sus nombres escritos en alguno de esos puntos de la historia.
El caso de Ana María Matute ha estado a punto de convertirse en uno de esos  tantos casos silenciados. Dedicada a la escritura desde su juventud (escribiría con tan solo 17 años su "Pequeño teatro" que se alzaría con el premio Planeta años más tarde, en 1954) ha estado bien cerca de perder definitivamente la posibilidad de este galardón tras haber sido nominada para el mismo en repetidas ocasiones a lo largo de los últimos años.  Y es que, a sus 85 años y con una salud muy frágil que la tiene a menudo recluída en casa (aunque no inactiva, pues su último libro ha visto la luz este mismo año) si su candidatura hubiera sido desestimada un año más, quizá hubiera sido ésta su última oportunidad, pues este premio no puede ser concedido a título póstumo, y el año que viene le toca el galardón a un nombre hispanoamericano.
Aunque este premio puede que no tenga el alcance mediático de otros, tal vez de carácter más comercial, todo el mundo sabe que es uno de los galardones literarios de más trascendencia internacional. Sin embargo, en esta ocasión, su repercusión ha sido bastante limitada. Hablando con diversos compañeros y compañeras me he dado cuenta de que ha sido relativamente muy poca gente la que  se ha enterado de dicha nominación. Y es que  yo creo que los medios han informado de ello muy someramente. Incluso yo misma  me enteré de la noticia casi por casualidad. "Será que no le dan bombo y platillo hasta que se haga entrega oficial el día 23 de abril (Día del Libro)", me han dicho algunas de las personas que trabajan conmigo. Decidme que es deformación profesional, pero yo estoy segura de que no son esos los motivos y que si, una vez más, hubiera sido un hombre el galardonado, se hubiese informado mucho más sobre tal circunstancia. Ya veremos si no tengo razón y es verdad que con la entrega efectiva del premio los medios se vuelcan para informar adecuadamente del hecho.
Consideraciones informativas aparte, he de decir que su obra ha estado presente en algunas de las actividades que he fomentado sobre literatura escrita por mujeres, con diversos colectivos, lo que me hace alegrarme aún más del premio. No  solo hemos hablado de su persona y de su trayectoria, sino que algunos de sus relatos se han leído en veladas literarias organizadas, por ejemplo,  con la Asociación de Viudas, en concreto. Se trataba de textos escogidos por la carga social que encerraban, muestra de la realidad de una época. pero cuyo contenido más profundo podría ser fácilmente trasladado a algunas de las situaciones que se siguen viviento hoy en día. Matute, ha sido siempre una mujer luchadora cuyas obras han llegado, en ocasiones, a levantar ampollas como lo destaca el hecho de que en alguna  de ellas haya llegado a ser retirada por la censuta.
No quiero terminar esta reflexión sin hacer mención de nuevo a la juventud con la que comenzó a escribir, aliento para jóvenes como las que ganaron,  el pasado mes de noviembre, el primer concurso de relatos de Astorga "Jóvenes por la Igualdad Efectiva". A sus diecinueve años, Ana María Matute ya comenzó a publicar sus primeros relatos en la prestigiosa revista literaria del momento "Destino" (corrían los años 40) logrando poco después (en 1948) quedar finalista del por entonces ya prestigioso Premio Nadal. Además de obtener desde entonces prestigiosos galardones literarios, Ana María Matute ha sido también la segunda mujer en acceder a la Real Academía de la lengua española (R.A.E.), cosa que haría en 1996, tras Carmen Conde. Este año ha estado también nominada al Premio Príncipe de Asturias de las Letras. 
Ojalá que con este nuevo reconocimiento se rompa el aislamiento en que ese tiene al mundo de la creación femenina tiene con respecto a Premios tan  importantes como este, fundamentalmente por lo que estos suponen de paso hacia la visibilización general de tantas creadoras que, según grandes expertos en el mundo literario, copan el panorama real de la creación literaria y la publicación en España.
Enhorabuena en particular a Ana María Matute por el merecido galardón a la obra de toda una vida, y a las mujeres por lo que nos toca de esperanza hacia futuros reconocimientos de la labor creadora que muchas están llevando a cabo.

sábado, 27 de noviembre de 2010

ELOGIO A LA MUJER BRAVA, de Héctor Abad.

Una amiga me envió este texto del escritor Héctor Abad. Me gustó mucho. Refleja muy bien lo que yo llevo pensando mucho tiempo, sobre todo desde que la oleada de reflexiones y actitudes machistas parecen invadir cada vez más nuestro día a día, y muy especialmente  en todos los sectores en los que la mujer - por fin - empieza a destacar. 
Ójala hubiera muchos más hombres que pensaran como Héctor Abad. Y más de una mujer también.  si así fuera, otro gallo nos cantaría. Os lo transcribo, tal cual me ha llegado.
Gracias, Yolanda, por hacérmelo llegar. 

Elogio a la mujer brava
abad-hector
Por Héctor Abad


Estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas.
A los hombres machistas, que somos como el 96 por ciento de la población masculina, nos molestan las mujeres de carácter áspero, duro, decidido.Tenemos palabras denigrantes para designarlas: arpías, brujas, viejas, traumadas, solteronas, amargadas, marimachas, etc. En realidad, les tenemos miedo y no vemos la hora de hacerles pagar muy caro su desafío al poder masculino que hasta hace poco habíamos detentado sin cuestionamientos. A esos machistas incorregibles que somos, machistas ancestrales por cultura y por herencia, nos molestan instintivamente esas fieras que en vez de someterse a nuestra voluntad, atacan y se defienden.
La hembra con la que soñamos, un sueño moldeado por siglos de prepotencia y por genes de bestias (todavía infrahumanos), consiste en una pareja joven y mansa, dulce y sumisa, siempre con una sonrisa de condescendencia en la boca. Una mujer bonita que no discuta, que sea simpática y diga frases amables, que jamás reclame, que abra la boca solamente para ser correcta, elogiar nuestros actos y celebrarnos bobadas. Que use las manos para la caricia, para tener la casa impecable, hacer buenos platos, servir bien los tragos y acomodar las flores en floreros. Este ideal, que las revistas de moda nos confirman, puede identificarse con una especie de modelito de las que salen por televisión, al final de los noticieros, siempre a un milímetro de quedar en bola, con curvas increíbles (te mandan besos y abrazos, aunque no te conozcan), siempre a tu entera disposición, en apariencia como si nos dijeran “no más usted me avisa y yo le abro las piernas”, siempre como dispuestas a un vertiginoso desahogo de líquidos seminales, entre gritos ridículos del hombre (no de ellas, que requieren más tiempo y se quedan a medias).
A los machistas jóvenes y viejos nos ponen en jaque estas nuevas mujeres, las mujeres de verdad, las que no se someten y protestan y por eso seguimos soñando, más bien, con jovencitas perfectas que lo den fácil y no pongan problema. Porque estas mujeres nuevas exigen, piden, dan, se meten, regañan, contradicen, hablan y sólo se desnudan si les da la gana. Estas mujeres nuevas no se dejan dar órdenes, ni podemos dejarlas plantadas, o tiradas, o arrinconadas, en silencio y de ser posible en roles subordinados y en puestos subalternos. Las mujeres nuevas estudian más, saben más, tienen más disciplina, más iniciativa y quizá por eso mismo les queda más difícil conseguir pareja, pues todos los machistas les tememos.
Pero estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas. Ni siquiera tenemos que mantenerlas, pues ellas no lo permitirían porque saben que ese fue siempre el origen de nuestro dominio. Ellas ya no se dejan mantener, que es otra manera de comprarlas, porque saben que ahí -y en la fuerza bruta- ha radicado el poder de nosotros los machos durante milenios. Si las llegamos a conocer, si logramos soportar que nos corrijan, que nos refuten las ideas, nos señalen los errores que no queremos ver y nos desinflen la vanidad a punta de alfileres, nos daremos cuenta de que esa nueva paridad es agradable, porque vuelve posible una relación entre iguales, en la que nadie manda ni es mandado. Como trabajan tanto como nosotros (o más) entonces ellas también se declaran hartas por la noche y de mal humor, y lo más grave, sin ganas de cocinar. Al principio nos dará rabia, ya no las veremos tan buenas y abnegadas como nuestras santas madres, pero son mejores, precisamente porque son menos santas (las santas santifican) y tienen todo el derecho de no serlo.
Envejecen, como nosotros, y ya no tienen piel ni senos de veinteañeras (mirémonos el pecho también nosotros y los pies, las mejillas, los poquísimos pelos), las hormonas les dan ciclos de euforia y mal genio, pero son sabias para vivir y para amar y si alguna vez en la vida se necesita un consejo sensato (se necesita siempre, a diario), o una estrategia útil en el trabajo, o una maniobra acertada para ser más felices, ellas te lo darán, no las peladitas de piel y tetas perfectas, aunque estas sean la delicia con la que soñamos, un sueño que cuando se realiza ya ni sabemos qué hacer con todo eso.
Los varones machistas, somos animalitos todavía y es inútil pedir que dejemos de mirar a las muchachitas perfectas.. Los ojos se nos van tras ellas, tras las curvas, porque llevamos por dentro un programa tozudo que hacia allá nos impulsa, como autómatas. Pero si logramos usar también esa herencia reciente, el córtex cerebral, si somos más sensatos y racionales, si nos volvemos más humanos y menos primitivos, nos daremos cuenta de que esas mujeres nuevas, esas mujeres bravas que exigen, trabajan, producen, joden y protestan, son las más desafiantes y por eso mismo las más estimulantes, las más entretenidas, las únicas con quienes se puede establecer una relación duradera, porque está basada en algo más que en abracitos y besos, o en coitos precipitados seguidos de tristeza. Esas mujeres nos dan ideas, amistad, pasiones y curiosidad por lo que vale la pena, sed de vida larga y de conocimiento.  
¡Vamos hombres, por esas mujeres bravas! 
Oro por que mi HIJA sean de éste maravilloso grupo y encuentren hombres que sepan apreciar a esta clase de nuevas mujeres !!!
Sobre Héctor Abad: 
Héctor Abad nació en  Medellín, Colombia, en 1958. Cursó estudios de medicina, filosofía y periodismo, todos inconclusos. Tras vivir en México, marchó a Italia, licenciándose en Lengua y Literatura Modernas. Vuelto a Colombia, su padre (médico defensor de derechos humanos y fundador de la que ahora es la Facultad de Medicina) fue asesinado por un grupo paramilitar, y él, amenazado de muerte, por lo que marchó primero a España y luego a Italia, donde estuvo cinco años siendo profesor de Español en la Universidad de Verona. De vuelta a su país, fue director y editor de la Revista Universidad de Antioquia. Trabaja como traductor y crítico literario, y colabora con periódicos tales como Cambio y El Malpensante, residiendo actualmente en Bogotá.

jueves, 11 de noviembre de 2010

El silencio de los gorriones.

Hace un par de días, buceando en otro de esos blogs en los cuales me sumerjo de vez en cuando, me encontré con el comentario de alguien que - como yo hice en su día - se quejaba de las podas salvajes a las que someten a nuestros árboles fuera de tiempo. En este caso parece que con la firme intención de privarnos del placer que supone para los sentidos (al menos para muchas personas como yo) el imparable avance del otoño. Esa riqueza cromática invadida por los tonos dorados de las hojas secas, el entrañable sonido de los pisadas enredándose entre ellas, y, tal vez, el gorjeo de los últimos gorriones que buscan refugio entre sus ramas aún no desnudas del todo. Pero ante la sangrienta tala que los deja mutilados más que desnudos, ¿adonde habrán de ir a refugiarse esas bandadas que cada vez son más escasas?
Después, la audición de  un programa especializado en medio ambiente me confirmó la realidad de cómo efectivamente están desapareciendo año a año estos pájaros que parecen haber abandonado ya para siempre sitios tales como Alemania y Francia. Escucho también que un experto auguró que si las abejas desaparecieran de nuestro planeta los seres humanos tardaríamos apenas cuatro años en ver destruido nuestro mundo, ya que de ellas depende un aspecto tan fundamental como la polinización de las plantas que dan vida a nuestro planeta y a todos los seres que en el mismo habitamos. Y cada día desaparece alguna especie de esos pequeños pero importantes insectos.
Mis conocimientos sobre la naturaleza y su evolución no alcanzan a saber cuanto de verdad hay en todas estas afirmaciones, ni hasta que punto son o no catastrofistas. Lo único que sé es que me siento a disgusto con esos cambios que van introduciéndose en nuestra vida, día a día, aniquilando las sensaciones ligadas a los ciclos de la naturaleza. 
Y al hilo de la situación de los gorriones recuerdo algo que me pasó hace ya algunos años en tierras vascas. Nos habíamos desplazado desde la pequeña localidad de Hondarribia hasta el pueblo de San Juan de Luz, ya en tierras francesas. Nos acogió el atardecer sentados en el murete del paseo que miraba al mar. Serían apenas las seis de la tarde (era un día de comienzos de primavera) y de pronto todo pareció sumirse en el silencio más desolador. No se oían risas infantiles, ni el vocerío juvenil propio de las pandillas. Y de pronto nos dimos cuenta de que hasta el sonido de los pájaros se había acallado. Fue como si de repente el sonido de la vida se hubiera desconectado del todo. Llegamos de nuevo a Hondarribia tras un corto trayecto en el pequeño barco que hace la ruta diaria. y fue poner el pie en el malecón y el aire se llenó del sonido de las risas y los gritos infantiles que acompañaban a los juegos y carreras, de las bromas de chicos y chicos enredándose a lo largo del paseo. Y el gorjeo de los pájaros, muchos pájaros, no sé si gorriones o de otra clase, pero pájaros al fin y al cabo. Pero era de nuevo el canto de la vida. Y por eso no hago más que preguntarme adonde irá a parar toda esa alegría si nos roban los árboles, y con ellos el otoño, y con ellos... tantas cosas!.

martes, 9 de noviembre de 2010

La novia: la inolvidable experiencia de una gran obra teatral en un pequeño teatro de cámara.

Surgió de repente. Entre las primeras oscuridades de estas recién estrenadas noches de otoño. En una pequeña calle no muy lejos de la Plaza de Atocha y el Centro de Arte Reina Sofía. Imperceptible casi, escondido tras un pequeño letrero y un vieja puerta de una de esas casas tradicionales de tres o cuatro pisos que un día fueron seguramente "corrales de vecinos" y que aún quedan en el Madrid más castizo. Allí estaba, escondido, el Teatro de Cámara Chejov. Sin pretensiones, humilde en su presencia pero gigante en su contenido.

Tras llamar a la puerta, aún cerrada al público, nos recibieron en el vestíbulo del viejo caserón, holl improvisado de un coquetón teatro que nos esperaba tras un pequeño patio, próximo, cercano a la vez que inmenso. Pronto apareció él, Antonio Gutiérrez, con sus ochenta años de experiencia y de maestría sobre las tablas, niño de la guerra, conocedor directo de Eisenstein, amigo y colaborador de Tarkovsky seguidor de la escuela de Stanislavski, largamente premiado y reconocido en Rusia y otros lugares y sin embargo, calladamente entregado a su labor teatral en este pequeño teatro fruto de su ilusión y de su empeño, tan cercano, tan próximo, recibiéndonos con un beso en la mejilla y un cálido apretón de manos, agradeciendo nuestra visita a este lugar de culto desde donde comparte desde hace casi treinta años la labor de toda una vida. 
Y luego llegó la obra. Una emocionante adaptación teatral de "La novia", relato de Antón Chéjov  que llegó hasta nosotros desde la cercanía de un patio de butacas que partían del mismo nivel del escenario, haciéndonos sentir con ello la cercanía de los sentimiento que los personajes pretendían transmitirnos, contagiándonos con su emoción, con sus miedos, con sus arrebatos de alegría..., sobre todo a través del personaje de Tania, una joven novia de 23 años, que ayudada por las palabras de Sascha, descubre que su vida puede ser algo más que casarse y decide anular la boda para irse a estudiar a San Petersburgo. Una obra con casi un siglo y medio de edad que, sin embargo, nos ofrece un discurso tremendamente actual: la necesidad de vivir por sí mismo, de estudiar para descubrir los caminos de la propia vida. También, y sobre todo, para las mujeres.
La interpretación, todo un logro que consiguió captar la atención (al menos la mía) a pesar del intenso y agotador día que nos había llevado de exposición en exposición.

Una experiencia inolvidable para quienes aman el teatro, pero seguramente también para quienes puedan acudir al mismo sólo en aras de la curiosidad. Un descubrimiento, tanto la obra como la pequeña pero hermosa sala, que merece la pena tenerse en cuenta por quienes aún disfrutan de verdad del arte dramático.

martes, 2 de noviembre de 2010

Sorpresa en el monte. (Relato)

Hace unos días estuve hablando con el grupo de voluntarias que en los últimos meses colaboran con la perrera de Astorga, en una difícil y hermosa tarea de atención a estos nobles animales, procurándoles compañía y un nuevo lugar que los acoja y les dé cariño. Algunas de las historias que me contaron sobre los perros que allí llegan resultan del todo escalofriantes y te hacen pensar en lo injustas que somos a veces las personas con unos animales que nos ofrecen tanto a lo largo de toda nuestra vida.
De regreso a casa se me vino el último relato que había escrito para los filandones en los que tan a menudo participo, una combinación entre la anécdota contada por uno de los asistentes a los mismos, un hombre mayor proveniente de la montaña de Riaño, y el recuerdo al último perro que hubo en mi casa, con el que compartí juegos y paseos.
Se me ha ocurrido compartirlo con quien quiera leerlo como homenaje a estos nobles animales a los que en ocasiones se le trata tan mal.
Espero que lo disfrutéis y que si os gustan los perros y tenéis posibilidades de atenderlos os mueva a acercaros a la perrera de Astorga y adoptar alguno de ellos.

SORPRESA EN EL MONTE.

Acababa de cumplir apenas catorce años. Catorce desgarbados y esmirriados años que bien podían haber pasado por alguno menos. Bastantes menos, diría yo. Quizá por eso había conseguido no salir antes con el ganado, como lo habían hecho sus hermanos a los que ahora se les habían encomendado tareas más duras, más de hombres. Pero Martín, en el fondo, había deseado con fuerza que llegase por fin ese momento. No sé, le daba la sensación de que allá arriba, en el monte, solo, con la única compañía de las ovejas y de su fiel perro, tendría tiempo para sí mismo, para dejar volar su imaginación y sus pensamientos lejos de la férrea vigilancia de sus mayores, que siempre le estaban echando en cara que se pasaba el día en la misma inopia.

Allá arriba nadie más que él mismo vigilaría el rumbo de sus pensamientos. Estaba, por tanto, seguro de que lo llevaría bien, a pesar de la opinión de sus hermanos que siempre le hablaban de aburrimientos, fríos, calores, sopores…Y comenzó su tarea diaria con la ilusión con que se afronta lo desconocido y lo largamente esperado.

Día tras día, avanzaba luego de mañana hacia los prados más frescos del cercano monte, con su rebaño y Nico, su fiel perro. No había querido otro. Nico era su compañero desde aquel día que lo encontró malherido y temblando entre unas matas, de donde lo rescató para salvarlo de la muerte que seguramente lo aguardaba de no haberse interpuesto Martín en su camino. Desde entonces se convirtieron en compañeros inseparables y Nico iba donde su joven amo iba. No era un perro de raza, sino uno de esos cruces indefinidos que – Martín estaba seguro de ello – eran los que le proporcionaban la tremenda simpatía que irradiaba y su enorme inteligencia.

Aquella mañana descansaban juntos bajo la sombra de una gran encina, mientras las ovejas pacían tranquilas a su alrededor, cuando Nico comenzó a dar signos de impaciencia. Martín lo acariciaba entre las orejas intentando averiguar qué era lo que ponía tan nervioso al perro, hasta que éste, con un par de ladridos, salió corriendo de su lado internándose entre el brezal que se extendía a sus espaldas. Sin dejar de ladrar, entraba y salía de entre los matorrales, empeñado en que el chico fuera tras él. Algo estaba, sin duda, poniendo nervioso al animal. Así que, Martín, echando un ojo al rebaño para comprobar que todo iba bien, se levantó y se dirigió en la dirección que los ladridos le marcaban. Nico salió en su busca una vez más trazando nerviosos círculos a su alrededor para volver a internarse entre las urces. Martín avanzaba con precaución aún sabiendo que si algún peligro le acechase su perro nunca lo dirigiría hacia él. De pronto, el animal se calló mientras se movía inquieto ante un matorral algo más alto que los demás. El chico avanzó con cuidado intentando apartar las escobas que le impedían ver lo que había detrás. La situación le recordó el día en que encontró al cachorrillo tembloroso y asustado que entonces era Nico y no lo dudó más. En un impulso definitivo separó las escobas y allí los descubrió. Era una camada entera. Apenas tendrían unos días a juzgar por el tamaño y el pelaje que presentaban sus cuerpos. Media docena de cachorrillos se apretujaban unos contra otros, como si quisieran desaparecer de la vista.

Martín nunca había visto nada igual. Se quedó mirándolos con ternura y no pudo resistir la tentación de coger entre sus brazos uno de aquellos pequeños rayones. Pero al hacerlo el pequeño jabato se puso a chillar, sin duda impulsado por el miedo y el instinto de supervivencia. Se escuchó entonces un agitado hollar de pisadas entre los matorrales más próximos y unos gruñidos más que amenazadores. Al chico, apenas le dio tiempo a reaccionar con el rayón aún entre sus brazos cuando de pronto vio irrumpir como una mole en estampida a la jabalina madre. Acudía en respuesta a la llamada de sus cachorros, dispuesta a proteger a la camada de cualquier peligro que pudiera acecharles. Como un relámpago pasó por la mente de Martín el recuerdo de relatos contados en las noches de filandones sobre el ataque de los jabalíes y el desastre que los mismos causaban, y como esos ataques eran aún más peligrosos cuando las hembras defendían a sus cachorros. Asustado, su rostro se tornó blanco y sus piernas se paralizaron durante los segundos siguientes mientras el rayón seguía aún agitándose y gruñendo temeroso entre sus brazos, mientras la madre cargaba contra él “ciega de furia”, sus blancos colmillos en avanzadilla de un cuerpo pequeño pero vigoroso. Soltó al cachorro de su abrazo. Pero ya era tarde para parar el intempestivo y colérico ataque de la madre. Martín, aún paralizado por el miedo y la sorpresa, seguía con los pies clavados al suelo, sin fuerza para reaccionar. Y, sintiéndose perdido, cerró los ojos para no ver lo que se le venía encima.

Fue en ese mismo instante cuando oyó a Nico ladrarle con furia a la jabalina, mientras se tiraba desesperadamente hacia sus patas. Ella se revolvió violentamente contra el objeto de esos ataques pero, cuando ya estaba a punto de alcanzar al perro con sus colmillos, el pequeño Nico hizo un rápido requiebro y salió huyendo hacia un lado, perdiéndose entre los matorrales. La jabalina siguió tras de él, furiosa, olvidándose del chico que había sido el primer objetivo de su ataque. Martín, recuperando apenas la respiración, giró sobre sus pies en dirección contraria a la seguida por su fiel perro y, recobrado ya el aliento, salió de entre los matorrales como alma que lleva el diablo, dispuesto a ponerse a salvo antes de que aquella “fiera” volviese. Al otro lado, cada vez más lejos, se oía un revuelo de ladridos entremezclado con el furioso resoplar de la madre protectora.

Volvió junto al rebaño. Sabía que la jabalina no se acercaría hasta los campos abiertos desamparando a su camada. Pero se quedó al pie de la vieja encina por si se veía obligado a subirse a ella para evitar un nuevo ataque de la hembra. Las ovejas, mientras tanto, pacían despreocupadas de cualquier peligro. Al cabo de un rato, de un buen rato, apareció el pequeño Nico, sudoroso y jadeante entre los matorrales. Parecía tranquilo y satisfecho. Se acercó al joven y lamió juguetón sus brazos y su rostro.

Felices de nuevo, rodaron juntos por el suelo ajenos a la bóvida mirada de las ovejas que los observaban desde la distancia. Cuando se cansaron, se quedaron juntos, tumbados en la hierba, vuelta la mirada de Martín hacia las nubes, la cabeza de Nico desmadejadamente apoyada en su pecho. Una vez más, le rascó la cabeza, entre las orejas, donde más le gustaba, mientras sus pensamientos bordaban en sus labios el esbozo de una sonrisa:

“y pensar que sus hermanos le decían de lo aburrido que era llevar a los pastos el rebaño! Apenas llevaba una semana subiendo al monte y ya había vivido una primera aventura. Tal vez si la contaba en el primer filandón del invierno la niña Paula le dedicara al menos una mirada, quien sabe si una sonrisa…, una laaaaarga y blanca sonrisa”

Pero sólo Nico y él conocerían la verdadera historia de cómo ocurrió todo. Y sabía que su perro no iba a delatarlo. Así Paula lo admiraría por su enorme valentía.



miércoles, 20 de octubre de 2010

Filandón en la Biblioteca Pública de Pinilla

Hace ya casi cuatro años que comencé con los "filandones". Fue de una manera casual y no es que me prodigue demasiado, pero durante este tiempo, varias veces al año me suelo juntar con compañeros y compañeras con los que compartir historias, romances, leyendas, poemas... Esta es una de esas ocasiones. Tras el filandón del pasado día 15 en Astorga, nos toca ahora en la Biblioteca Pública de Pinilla. Allí compartiré palabras con Sarita Valladares y Nieves Martínez, en un intercambio de historias de todo tipo y condición. Para pasar un rato entretenido. Por si queréis acompañarnos.
ACTIVIDAD: FILANDONES EN EL CAMINO.
INTERVIENEN: Sarita Valladares, Nieves Martínez y Mercedes G. Rojo
LUGAR: Biblioteca Pública de Pinilla
DÍA:
21 de Octubre

HORA:
19'00 horas.

lunes, 18 de octubre de 2010

Charla HUELLAS DE MUJER EN EL CAMINO DE SANTIAGO

Con motivo del Año Santo Compostelano, y a través del Instituto Leonés de Cultura, he estado dando un ciclo de conferencias sobre la presencia de la Mujer en el Camino de Santiago.
Solo en los últimos tiempos somos conscientes de su presencia en el Camino como peregrinas, porque muchas caminan a Santiago a lo largo de todo el año y sus figuras con la mochila en la espalda y un bastón de caminante en la mano, llenan nuestros caminos y calles a lo largo de toda la ruta.
Pero antaño pareciera que ellas no estuvieran ahí, como me lo parecía cuando de niña sólo veía pasar fundamentalmente hombres por las calles de Astorga en busca de la salida hacia el Camino. La preparación de esta charla me descubrió a peregrinas, benefactoras, pícaras y otras figuras femeninas que estuvieron presentes en el mismo desde sus comienzos, pero cuya presencia ha permanecido entre las sombras.
La charla ya ha recorrido siete de las diez localidades que se me asignaron para impartirla. Pero si hay alguien interesado en escucharla aún puede hacerlo en las siguientes fechas y lugares:

- 5 de noviembre en Arganza
- 20 de noviembre en la Virgen del Camino
- 23 de noviembre en Camponaraya.

Como adelanto de lo que en ella se cuenta, el artículo que me publicaron en el Faro Astorgano el pasado día 14 de septiembre:

PEREGRINAR A SANTIAGO: HUELLAS DE MUJER EN EL CAMINO.

Quienes habitualmente hemos vivido gran parte de nuestra vida en una localidad punto de referencia importante en el Camino de Santiago estamos habituados al continuo trasiego de peregrinos que conducían sus pasos a Compostela incluso mucho antes de que esta antigua ruta se pusiese de nuevo “de moda”. En este contexto es tan habitual, en los últimos años, ver a mujeres de toda edad y condición haciendo a pie (también en bicicleta) este camino de peregrinaje, incluso solas, que puede parecernos ésta una realidad practicada desde siempre, es decir, desde que allá por el s. IX comenzó a extenderse el fenómeno de las peregrinaciones compostelanas.

Sin embargo nada más lejos de la realidad. Si bien es cierto que ya desde el principio hubo mujeres devotas que peregrinaron a Santiago no podemos tener constancia de cuantas lo hicieron, y de ellas cuántas solas. Pero aunque hay que reconocer que aquellos tiempos eran poco propicios para la independencia de la mujer, sin embargo su presencia en los caminos de peregrinación de la época quedó reflejada en la documentación que se conserva de la época, como veremos posteriormente. Por otro lado no hay que olvidar que en los periodos de más auge del Camino, las mujeres estaban supeditadas al arbitrio continuo del hombre, ya fuera padre o marido principalmente, o incluso amo en algunos otros casos como el de mozas, criadas y demás personajes que estaban a las órdenes de un jefe que les indicaba en todo momento las pautas de actuación por las que debían regirse (situaciones por otro lado no tan alejadas de nuestra historia más cercana, hasta hace bien pocos años), por lo que muchos de los testimonios quedan marcados por dicha realidad. A este hecho hay que añadir que la Iglesia tampoco estaba exenta de esta culpa. Poco proclive a apoyar la individualidad y la independencia femenina – incluso en lo relativo a religiosidad - en ningún momento fomentó entre las mujeres esta forma de demostrar su devoción, existiendo incluso épocas, como el siglo XIII, en que algunos de sus “dignos” representantes llegaron a prohibirles la posibilidad de peregrinar, argumentando para ello que estas manifestaciones religiosas provocaban en la mujer más vicios que virtudes.

A pesar de esta realidad, su presencia queda refrendada sin embargo a lo largo de todos estos siglos por documentos y ordenanzas ligadas en muchos casos al funcionamiento de los hospitales de peregrinos. También por la literatura y sobre todo por el folklore y la tradición oral de la época, e incluso por la devoción desarrollada en torno a distintos puntos y aspectos relacionados con el propio Camino o con las veneraciones que a lo largo del mismo o en conexión con él se producían. Respecto a la documentación generada por los hospitales de peregrinos queda en ella perfectamente diferenciada la existencia de habitaciones para “romeros” y “romeras” y las condiciones de uso y comportamiento que debían regir en los mismos, poniendo mucho empeño en la estricta separación de sexos para el uso de tales servicios, independientemente de la relación que pudiese unir a las personas que allí llegaban. Uno de los casos más documentados en este sentido es el del funcionamiento del Hospital de Santa María la Real de Burgos, cuya fundadora dejó perfectamente estipulado en su testamento la provisión de calzado para “romeros” y “romeras”, además de comida y vino, sobre todo en el caso de aquellas personas que llegaban enfermas, manteniendo – eso sí – una férrea disciplina en lo que a separación de habitaciones se refería.

Este punto nos permitiría enlazar con otro tipo de presencia femenina a lo largo del Camino: el de las benefactoras. Fueron éstas mujeres que por devoción y medios se convirtieron en impulsoras de hospitales y refugios. Así, dos de los hospitales más importantes del Camino se debieron a ellas. En primer lugar el ya mencionado de Burgos, fundado por Elvira González, la Cordobanera. En segundo lugar el Hospital Real de Santiago de Compostela (hoy Hospital de los Reyes Católicos) fundado a instancias fundamentalmente de Isabel la Católica. Además fueron numerosas las donaciones hechas por señoras importantes de la época.

Retomando el tema de las mujeres peregrinas hay que hacer alusión también a aquellas otras que ya en su momento tuvieron gran relevancia, bien por la posición que ocupaban en su época y la influencia que su peregrinar ejerció en su propio entorno, bien por la trascendencia que dicho acto tuvo en los fieles de épocas posteriores. Es de ellas de quienes nos han llegado referencias y no de las peregrinas de a pie, como es habitual en el desarrollo de la historia, y aunque pueden parecernos escasos los nombres no lo son tanto si tenemos en cuenta no sólo la situación femenina del momento sino más bien el tratamiento histórico que sus figuras y hechos han merecido para los historiadores de las diferentes épocas. No vamos a mencionarlas a todas, sólo a algunas de las que más trascendieron en su momento y en épocas posteriores, por diversos motivos. Por ejemplo, Sta. Isabel de Portugal, una reina que renunció a su corona al morir su esposo, el rey, para realizar un peregrinaje del que surgió una profunda vida religiosa. O Santa Bona de Pisa, hoy patrona de las azafatas italianas por lo que en su momento supuso de atención y ayuda a quienes viajaban por tierras de peregrinaje. Tampoco podemos olvidar a otras grandes mujeres de aquellos siglos, cuya influencia trascendió a todo su entorno, como Santa Brígida de Suecia, la condesa Matilde de Alemania e Inglaterra, o Isabel la Católica, viajando primeramente a San Juan de Ortega en busca de la fertilidad que le permitiera tener a su primer hijo y luego a Santiago en acción de gracias por los éxitos obtenidos por el reino, el último de ellos por la Reconquista de Granada y el Descubrimiento de América. E inclusive su hija Juana la Loca.

Podríamos hablar también de peregrinas por poderes o de peregrinas arrepentidas. Lógicamente, todas las documentadas en ambos aspectos fueron mujeres importantes, ya que de otra forma no habrían trascendido hasta nuestra época, pero su existencia viene a reforzar el hecho de que la mujer siempre estuvo presente como protagonista en este nuevo peregrinaje que surgió hacia Santiago.

Hay más aspectos que ligan a la mujer al Camino, algunos positivos como las posaderas que se ocupan de atender las necesidades de viajeros y viajeras; y otros no tanto, ligadas sobre todo al mundo de la picaresca bien fuera a través de otro tipo de posaderas más descaradas o de mozas de posada armadas de malas artes, meretrices o de quienes se hacían pasar por esposas de pícaros y rufianes para aprovecharse de la buena voluntad de las gentes que vivían a la vera del Camino. En cualquiera de los casos, aparte de la documentación de carácter más oficial que haya podido llegar hasta nuestros días, todo un repertorio de romances, leyendas y otros elementos provenientes de la tradición oral se hacen eco de esa presencia, como el “poema de la Virgen de Leyva” en el primero de los casos, o como la “Leyenda del ahorcado” o el mismo libro de “La Pícara Justina”, en el segundo.

En resumidas cuentas, un interesante y apasionante campo de investigación que se nos abre a la posibilidad de descubrir “huellas de mujer” en torno al Camino de Santiago desde el comienzo de su historia, camino que hoy se recorre en igualdad de posibilidades por hombres y mujeres, independientemente de la edad y la condición social de quien lo realiza y que ya desde su comienzo despertó el interés religioso, pero también cultural, artístico y aventurero de las mujeres de otras épocas.