martes, 11 de marzo de 2014

ROBUSTIANO. El relato aportado por Manuela Bodas al Filandón sobre La matanza, realizado en el Reguero Moro, el pasado 28 de febrero.



Como ya comenté en su momento, no fui yo la única contadora del día 28 en el Filandón del Reguero Moro. Relatos muy diferentes se dieron cita en una mágica y evocadora cita en la que la música y la palabra se hicieron protagonistas junto a la estupenda cena que pudimos degustar.Y para compartir con vosotr@s un pedacito de aquella velada, aquí os dejo el relato que nos ofreció Manuela (Loli) Bodas. ¡Qué lo disfrutéis tanto como lo hicimos quienes aquel día pudimos escuchárselo de primera mano!
Gracias Manuela. 

ROBUSTIANO
           
El bosque surgió repentinamente de la noche con los primeros rayos de la aurora, y allí, con el alba se podía ver un cuerpo, aparentemente sin vida, sobre la hierba aún húmeda por el rocío.[1]
            ¡Craso error! El cuerpo tenía mucha vida. Era un cuerpo con muchas ganas de vivir, así que lo de parecer un cadáver, sería sin duda por la luz mortecina de los primeros minutos de la mañana. Lo que había pasado es que cayó exhausto al anochecer, ya que había estado corriendo todo el día para que no le encontrasen, pues se había escapado de la pocilga. No quería convertirse en embutido.
            - Pero tía, el otro día no comenzaste el cuento de esta forma. ¡Cada día lo empiezas de una manera! ¡Así no hay quien se aclare!
            - Bueno hombre no te quejes tanto, en los filandones de mi niñez, nunca se contaban las historias de la misma manera, porque uno no está igual todos los días. Unos días tienes más ganas y le pones mucho epíteto y otros, sólo vas a la chicha de la historia.
            -¡Venga sigue! A ver por dónde sale hoy Robustiano. ¡Que menudo baile traes con él! Menos mal que no debió de existir. Me huele a mí, que a ti esta historia te la contaron como me la cuentas tú ahora, aunque me quieras convencer de que conociste a Robustiano.
            -¡Serás mentecato! ¡Pues ahora te vas a quedar con las ganas, hale! Ya e estás poniendo el pijama y largo para la cama!
            El muchacho se abrazó a su tía y le rogó, como lo hacía siempre que estaba en su casa, que le contara alguno de sus cuentos o filandones, como ella los llamaba. Le encantaba escucharla.
            - Está bien, pero no seas tan respondón, o de lo contrario una noche de estas, te irás a la cama sin escuchar las historias de cuando yo era niña.
            El chaval se repanchingó en la hamaca de mimbre y se hizo todo oídos.
            Como iba diciendo, Robustiano se desperezó y lo que antes parecía un cuerpo inerte, ahora era un gocho lleno de vigor, que tenía que pensar cómo salir de aquella. Seguramente su amo, habría salido en su busca, y no se daría por vencido fácilmente, intentaría encontrarlo por todos los medios posibles, al fin y al cabo era el sustento que iban a tener él y su familia, buena parte del invierno.
            Que triste es el fin de los cochinos, y no lo digo por los que no se lavan, que también, hablo de esta raza en la que el universo me ha dejado anclado. Tendré que adentrarme en ese bosque cercano para pasar desapercibido y no dejar rastro.
            Robustiano caminó con determinación hasta adentrarse en el bosque. En el trayecto se fue acordando de lo bien que había vivido en la granja. Sus moradores humanos eran buenas personas, pero claro está, a él le mantenían y le querían por el interés, el interés de que sus lomos, jamones y jugosa carne, les hiciese apaño para unos buenos chorizos, cosa a la que él, no estaba dispuesto de ninguna manera. Se acordó de cómo le había ensimismado la pocilga, grande, bien equipada, vamos una mansión al lado del lugar de donde provenía. No se acordaba de sus progenitores, pues le separaron  muy pronto de ellos.
            De pronto oyó hocicar cerca de él. Se paró y puso sus cuartos traseros detrás de un arbusto para poder observar. No podía creerse aquella aparición. Una hermosa jabalina, no de las olímpicas, ni de tiro a la jabalina, sino de cuatro patas como él, hocicaba en un hoyo.
            ¡Qué hermosas rayas, qué jamones prietos, que morritos tan chupópteros! Es la primera vez que veo una belleza semejante. Lo que es salir de casa. ¡Cuánto nuevo se ve y cuánto se aprende!
            Robustiano, con la campechanía que lo definía, salió al encuentro de aquella
preciosidad.
-       ¿Puedo ayudarte a buscar, hermosa?
La jabalina le clavó la mirada, rascó con fuerza la tierra con su pata derecha trasera y se lanzó como una posesa sobre Robustiano.
Éste, al ver aquel intento de atropello, salió pitando. Durante un rato, se vio perseguido por la jabalina, que no le daba respiro, hasta que vio que a ella, lo mismo que a él, le iba faltando el aliento. Entonces se volvió y le espetó desde detrás de un árbol, que hacía las veces de escudo:
- Pero si yo solo quería ayudarte. Anda que si se me ocurre acercarme mas a ti, me linchas. Pues si que eres peleona.
La gocha montesa, cansada por la carrera, y viendo que aquel jabalí, de piel lisa y casi sin pelo, que parecía un alienígena, estaba sin resuello, detuvo su carrera dispuesta a entablar conversación.
-¿Pero me quieres decir de dónde has salido, así, tan, tan……?
-¿Tan, tan, tan… qué? ¡Vale somos un poco distintos en el pelaje, pero supongo que eso será porque aquí en el bosque la moda es distinta a la de mi granja!
-¿Granja? ¿Qué es granja? Pero Chsssss…, creo que escucho unos pasos cerca, debemos ponernos a cubierto.
Cual sería la sorpresa de Robustiano al ver a su granjero con los pulmones en la boca buscando y mirando por aquí y por acullá. El hombre se sentó en una piedra y sacó el moquero de su bolsillo para limpiarse el sudor.
Jabalina, al percatarse de la tembladera que le entró a Robustiano, le indicó que la siguiera. Los dos cerdos se alejaron, con mucha cautela del lugar hasta llegar a una especie de poza por donde se accedía a la cueva de aquella gocha montesa.
Allí dentro se estaba de maravilla, hacía fresco y el suelo estaba liso y seco, se veía que la cueva estaba muy bien cuidada. En un hueco a modo de vasar, yacían varios manojos de raíces y nabos colocados con esmero. Le gustó aquella especie de pocilga de monte. Era muy acogedora, se tumbó para descansar y, cuando no había terminado de  relajar  sus posaderas, escuchó unos ruidos que le eran conocidos, como de cochinillos pequeños, miró hacia el lugar de donde provenían y quedó maravillado, allí, tumbados en hilera, hocicaban cinco pequeñines rayados y morenos.
-¡Cuidado, no te acerques de golpe! No conocen tu olor. –Le espetó la   jabalina.
Robustiano no podía dejar de contemplar aquella hermosa estampa. Luego se tumbó y dejó que la madre se acercara y les diera de mamar. Cuando terminó, le conminó a acercarse.
-       Ven, si te acercas estando yo aquí, ellos te tomarán confianza.
El marrano se acercó con sigilo, por nada del mundo quería importunarles, les observó con cariño, como si fueran algo suyo. Miró a la jabalina con ojos bobalicones, en aquel momento sintió un profundo latigazo en su corazón, nunca antes le había dado esos saltos su máquina de querer.
A ella, también se le clavó una flecha juguetona en el corazón, era la segunda vez en su vida que le pasaba eso. La primera vez fue con el padre de aquella hermosa piara que ahora respiraba vida, lo contrario que el pobre prócer, que cayó en una emboscada de hombres armados con escopetas, que ni siquiera eran valientes para enfrentarse a los animales en sus mismas condiciones. En aquellos momentos, la vida allí era una balsa de aceite, pero iba a durar poco el ensimismamiento, porque otra vez los pasos acelerados de un hombre se sentían justo encima de ellos.
- Ese es el amo, conozco bien sus pisadas. No se va a dar por vencido así como así.
- Tranquilo, no creo que falte mucho para que se aparezcan aquí cerca, una manada de lobos que cada atardecer salen a buscarse la vida. Creo que en cuanto oiga el primer aullido, se irá a toda mecha.
Así fue, en cuanto el primer aullido del lobo se escuchó fuera,  un torpe trote humano, pasó de vuelta sobre ellos.
-Creo que a éste ya no le quedarán ganas de volver a buscarte.
- Opino lo mismo. Solo me he quedado con las ganas de haberme hecho entender para poder preguntarle qué le parecería a él que yo quisiera hacer chorizos con su cuerpo.
La jabalina se desternilló de risa durante un rato.
- ¡Nunca se me hubiera ocurrido nada igual! Pero tienes razón, ya que los humanos nos convierten en chorizos, deberíamos saber qué opinarían si supieran que nosotros les entendemos y que también sabemos hablar, solo que lo hacemos en una frecuencia que ellos no alcanzan a escuchar.
- Y colorín, colorete, este es el fin de la historia de Robustianete.
- ¡Es la vez que más me ha gustado! Ningún día me lo habías contado tan bonito. Nunca más volveré a comer chorizo, ni salchichón, ni jamón, ni lomo, ni nada, pobre cerdo, papá tiene uno muy guapo en la pocilga, no voy a dejar que lo mate, no señor. Robustiano tenía razón. ¿Qué sería de nosotros, si los cerdos hicieran chorizos con nuestros cuerpos?
- Oye, tranquilo, esto solo es un cuento, no te lo vayas a creer. ¡Mira qué eres, con lo ricos que están los chorizos que hace tu madre!
- Bueno me lo pensaré, ahora me voy a la cama, tengo mucho sueño. –Le dio un beso a su tía y se fue a la habitación.
Aquella noche, en sueños, los chorizos de la matanza del año anterior, cobraron vida. Despertó sobresaltado y con dolor de barriga. Tenía la sensación de que los chorizos que se había comido hasta entonces, andaban dándole puñetazos dentro de su cuerpo. El sueño volvió en su ayuda y le llevó a la  cueva donde Robustiano le presentó a su familia. Desde esta historia, el muchacho se hizo vegetariano, que rima con Robustiano. 

                         Manuela Bodas Puente.

[1] Este párrafo, lo he copiado de un bloc de mi hija, que rescaté de la papelera. Siempre me gustó y he decidido utilizarlo (con su permiso, por supuesto) para comenzar este relato filandonero.

domingo, 2 de marzo de 2014

EL BESO. Un relato breve para participar en el Filandón sobre la Matanza, realizado en el Reguero Moro de Veguellina de Órbigo.

Siempre he disfrutado mucho con las historias, primero con las que me contaba mi padre, a quien tuve la desgracia de perder demasiado pronto, y luego con las de mis compañeros y compañeras de filandones y veladas, en los que caí por casualidad y que me atraparon definitivamente.  La finalidad de los mismos no era solamente compartir nuestras historias con el público, era sobre todo compartir también entre nosotros unos momentos agradables intercambiándolas y encontrar así un nuevo estímulo para la creación y el recuerdo. 
El pasado día 28, después de una larga y agotadora semana de trabajo tuve una nueva cita (la segunda en dos meses) en el Reguero Moro, de Veguellina de Órbigo, gracias al buen hacer- una vez más- de Helena J. Gª Fraile, y la buena disposición y mejor comida de Xavi. En esta ocasión una cena-filandón con tema de fondo: la matanza. En torno al mismo girarían platos y relatos.
De las contadoras (casualmente eramos 4 mujeres de 4 generaciones diferentes) me tocó intervenir en último lugar, tarea harto difícil después de los relatos presentados por mis compañeras de narración. Y después de unos breves minutos entrelazando algunas anécdotas de mi infancia y juventud en torno a recuerdos ligados a la matanza, esa tradicción tan nuestra y que tantos recuerdos trae a tanta gente, concluí con un relato hilvanado en torno a uno de nuestros productos más típicos, y escrito especialmente para la ocasión. 
Y aunque la vena cómica no es precisamente la que mejor se me da, en este caso, este es el fruto de mis elucubraciones en torno a  uno de nuestros productos más típicos y que, tal vez, sea lo único del cerdo con lo que yo no puedo. 
Espero que el mismo os divierta y os arranque alguna que otra sonrisa. 
 
EL BESO

Sus manos jugaron a enlazarse por encima de la mesa, entre los obstáculos fácilmente superables de vasos y tazas. Mientras, la caricia se extendía a través de sus miradas que recorrían cada rincón del rostro del otro, buscando reconocerse, aprenderse cada poro, cada pliegue de la piel ajena.
Pronto, la distancia que entre ambos suponía aquella mesa de cafetería, se les antojó infinita. Y se encontraron sentados, muy juntos, en aquel diván de un discreto rincón de la cafetería, ajenos a todos y a todo.
Las manos ya no se conformaron con las manos. Para la mirada ya no fue suficiente encontrarse con la mirada del otro. Y sus rostros se juntaron buscando el aliento ajeno mientras los dedos dibujaban nuevas geografías aún desconocidas. Y tras ellos llegaron los labios, deslizándose por cada detalle de la faz del otro, para acercarse despacio, muy despacio, hacia aquellos labios que se ofrecían entreabiertos y ardorosos. Hasta que llegaron  a juntarse en aquel primer beso que jamás olvidará.
Tras el primer impulso, un cuerpo apartándose bruscamente del otro, una voz apenas imperceptible, con un ligero matiz de asco en el acento, preguntando: 

-    ¿Has comido morcilla?
  •    ¡HUELES a morcilla!
Y la magia del momento rota para siempre, ante la mirada incrédula de la pareja, ante una perplejidad que, aún lo recuerda bien, tardó largos minutos en superar.

Son las fiestas de San Froilán, y un olor intenso a morcilla recién hecha se extiende por cada rincón del Barrio Húmedo.
Han pasado muchos años desde aquel primer beso que rechazó y aún sigue sin soportar el olor de la morcilla impregnándose en la piel y en el aliento. Un olor agrio, como a rancio, que perdura durante horas a pesar del agua, del jabón, e incluso de la pasta de dientes, un olor que le sigue produciendo rechazo sin conocer el origen ni la causa.

Con mis felicitaciones a mis compañeras de narración Loly Bodas, Ana Gaitero y Lucía Rubio, así como el estupendo grupo de músicos que nos acompañaron, los componentes de L'arcu la vieya y también Alfonso Martínez con su rabel. Todo ello dirigido por Eugenio. A todos muchas gracias por compartir una velada estupenda.