sábado, 16 de octubre de 2010

LOS CICLOS DE LA NATURALEZA Y LOS ÁRBOLES DEL EJIDO.

A finales del mes de agosto volvíamos a casa tras unos días de vacaciones cuando nos encontramos con el desolador paisaje de nuestro barrio. No es que éste tenga unos árboles maravillosos, pero de repente, todavía en pleno verano, encontrártelos mutilados hasta casi el mismo tronco central, la verdad es que deprime bastante. No era la primera vez que esta sensación de rabia e impotencia ante un acto que desde mi punto de vista no tiene ninguna razón de ser en épocas estivales me asaltaba, pero esta vez - en caliente - decidí escribir una nota de rechazo a semejante acción y enviarla al Diario de León como periódico más leído en la provincia. Reconozco que el texto me salió un poco largo, porque la rabia que me invadía era mucha. No sé si fue esa la razón o no, el caso es que nunca llegué a ver publicada mi queja. Y como sé que ese mismo sentir está en la mente de otros vecinos y vecinas de mi barrio, la quiero compartir aquí, aunque sólo sea a modo de desahogo, porque de nada van a servir mis "pataleos". Por supuesto no este año, e imagino que en años posteriores, seguiremos teniendo tan maravillosos (¿o tal vez maravillosas?) expertos en jardinería, que sigan saltándose a la torera todas las leyes de la naturaleza, y de la lógica que permitiría hacer de las ciudades espacios un poco más vivibles. Y porque, por otro lado, cada vez que paseo estos días de otoño por las calles de mi barrio, me siento inmersa en un adelantado invierno, que ya es, de por sí, demasiado largo en nuestra tierras como para que aún nos alarguen más esa sensación a través de la desafortunada intervención sobre los únicos elementos de la naturaleza que nos hacen sentir el paso de las estaciones desde nuestras calles.










LOS CICLOS DE LA NATURALEZA Y LOS ÁRBOLES DEL EJIDO

Volvíamos a casa después de unos merecidos días de descanso. Volvíamos en la hora en que más calienta el sol, quizá por eso el impacto recibido al arribar con nuestro coche por la C/ Sto. Toribio de Mogrovejo fue aún más desolador cuando nos encontramos con una hilera de esqueletos arbóreos. Sí, esqueletos. Porque en una época del año en la que se supone que los árboles han de estar en su pleno apogeo, encontrarse sólo muñones recién podados (si a estos salvajes cortes a que últimamente se les somete pueden llamárseles podas) es la primera sensación que te da, la de esqueleto vivo. Era un veintiocho de agosto y he de reconocer que esta visión amargó mi vuelta a casa. Pensé escribir esta queja inmediatamente, pero las tareas cotidianas derivadas de todo regreso tras un tiempo de ausencia me fueron enfriando los ánimos. Al menos momentáneamente. Porque volvió la normalidad y un día tras otro, al regresar por la tarde de mi trabajo me vuelvo a enfrentar a un desastre que cada día se extiende más por las calles del Ejido. He de reconocer que este mismo “cabreo” me había invadido en años anteriores cuando allá a finales de mayo, cuando no en el mes de junio o incluso en los primeros días de julio, este mismo desastre se instalaba en las calles de nuestro barrio. Pero este año habíamos resistido. Al menos eso pensé yo cuando tras una poda similar en la misma calle de Santo Toribio, allá en plena primavera, se paralizó el proceso en el resto del barrio. ¡Ilusa de mí! Tal vez por ello, enfrentarme a esta mutilación despiadada a finales de agosto, cuando es impensable para cualquiera que haya tenido un mínimo contacto con el mundo de los árboles, se me ha atragantado más que los pasados años. Y una catarata de preguntas se me viene a la cabeza al mismo tiempo que me planteo si seré la única a la que esta situación le moleste tanto.

Me crié en una pequeña ciudad de la provincia y en contacto directo con la naturaleza. Mi padre llegó a tener hasta tres mil frutales que todos los años podaba con mimo. Suyas fueron mis primeras nociones sobre el ciclo de la vida, que luego he ido ampliando por otros cauces. Por eso siempre me extrañaron esas podas a destiempo y por más que he preguntado a unos y a otros nadie ha sabido darme una razón lógica para estas mutilaciones arbóreas a destiempo. Por otro lado, antes estas actuaciones no me queda otra que preguntarme cuál será para la gente que está detrás de las mismas el sentido que los árboles tienen en una gran ciudad. Al menos yo siempre he pensado – así me lo han enseñado también – que además de un sentido estético (que por cierto en estos días se ha reducido bastante en este barrio) sirven para regular la humedad del ambiente, proporcionar sombra bajo el ardiente sol del verano intentando con ello rebajar en algún que otro gradito la sensación térmica de calor, e incluso alegrarnos un poco la vida albergando entre sus ramas la poca vida animal que nos podemos encontrar en las ciudades. Pero tal vez sea que en estos últimos años han descubierto al respecto alguna nueva teoría en jardinería urbana, y yo ¡pobre inculta! me la he perdido.

Sea lo que sea, me sigue pareciendo un sinsentido que a estas alturas del año se realice una práctica de jardinería propia de épocas de heladas, cuando los árboles no se encuentran en pleno periodo vital. No sé si detrás de esta práctica hay intereses económicos o se debe a las políticas de trabajo temporal con que todos los años se refuerzan las plantillas de los ayuntamientos, practicas que en muchos casos están regidas por subvenciones y ayudas de instituciones superiores que no siempre llegan en los momentos que son más necesarias, obligando a los ayuntamientos a una reestructuración de las ocupaciones de este personal temporal. Si este es el caso, estoy segura de que hay otras muchas tareas que puede realizar una plantilla adjudicada a labores de jardinería más propias de la época en la que estamos. Porque ¿qué pasa si por un años nos olvidamos de podar unos árboles que poco más sentido tienen que el de proporcionar un poco de verdor y frescura a las calles de un barrio que sin ellos está expuesto a los duros rigores del sol que nos cae encima durante tantas horas? Porque hay que reconocer también que aunque el otoño ya está cerca aún nos quedan muchos días de sol y altas temperaturas en esta ciudad nuestra.

Pensando mal, a lo mejor es que – cuando nos dejan si follaje en el momento en que más se necesita y en el que el árbol se arriesga su capacidad vital para el año próximo en más de un cincuenta por ciento, y eso contando con que el ejemplar esté sano – realmente no se ve la necesidad de tener una ciudad arbolada y que , como no se atreven a talárnoslos de una vez por todas, se realizan prácticas que puedan llevar a que aumente el número de árboles que – sin razón aparente – se secan año tras año y que nadie se encarga de sustituir por ejemplares vivos.

Tal vez esté equivoca, y si es así me gustaría que alguien me sacase de mi error. Pero la única sensación que tengo con respecto a este asunto es que alguien parece olvidar que la naturaleza tiene sus ciclos y que mantenerla viva dentro de la propia ciudad debería obligarnos a ajustarnos a los mismos, porque una ciudad sin vegetación es una ciudad menos saludable y, por supuesto, mucho más inhóspita.

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