Hoy, repasando parte de mi material, me he encontrado con este artículo de opinión que había escrito hace más o menos un año y que no sé por qué circunstancias se quedó en la carpeta de borradores. Al releerlo compruebo que, desgraciadamente, la situación social del momento sigue presentando una realidad tan convulsa que el escrito no ha perdido actualidad. Y he vuelto a reflexionar sobre lo difíciles que son a veces las relaciones humanas, sobre todo cuando las cosas no discurren por donde cada cual queremos. A partir de ahí, el camino que cada quién toma, depende de la propia integridad y de otras muchas cosas (supongo). Por si a alguien le sirve como disculpa para reflexionar sobre ello, ahí queda.
Cuenta la tradición
que cuando las ratas huelen que una tragedia se cierne sobre el barco en el que
se han hecho fuertes ocupando sus bodegas (lugar
en el que se guardan las provisiones a cuyo olor acuden), inmediatamente abandonan éste, anunciando a la tripulación con su huida que un grave peligro
se cierne sobre la nave. El naufragio se hace entonces inminente, pues dicen los
marineros más veteranos que el sentido
especial de estos animales les hace buscar la muerte antes que vivir la
tragedia.
Es esta una tradición marinera que se ha visto
repetidamente reflejada en el mundo del cine y la literatura, donde se recogen
multitud de historias en las que la imagen de “las ratas abandonando el barco” se ha
hecho muy presente, sirviendo la escena
de esta huida para anticipar a lectores
o espectadores, según el caso, la catástrofe que se avecina. Tal vez por esta
habilidad de ponerse a salvo antes del naufragio, estos roedores estén tan mal
considerados dentro de nuestra tradición.
También dice el saber marinero que, llegadas estas circunstancias, el último en abandonar dicho barco es el capitán, quien – si es valiente y con arrestos – lucha hasta el final por poner a salvo a todos y cada uno de los miembros de su tripulación, incluso a costa de su propio sacrificio.
También dice el saber marinero que, llegadas estas circunstancias, el último en abandonar dicho barco es el capitán, quien – si es valiente y con arrestos – lucha hasta el final por poner a salvo a todos y cada uno de los miembros de su tripulación, incluso a costa de su propio sacrificio.
Trasladando
la situación a la travesía de todo grupo humano embarcado en un objetivo común,
a veces deberíamos estar más atentos a las situaciones que se van dando en el
camino para ser capaces de percibir, por la huída de algunas de las personas
que conforman dichos grupos, cuándo se avecina la catástrofe que hará naufragar
el barco. ¿Para intentar ponerse a salvo
personalmente o para intentar llegar a puerto con todo el bagaje posible? Eso
dependerá sin duda de la valía de cada tripulante.
Y es que siempre
hay tripulaciones más aguerridas que otras. Unas que están dispuestas a hacer
frente a la tormenta porque tienen claro su objetivo de llevar la nave a su destino, salvando toda la carga que llevan dentro y que fue primorosamente escogida, y otras que embarcaron de cualquier manera,
buscando solo el beneficio propio. Esta diferencia de situación hará que, ante
una amenaza de zozobra del barco en el que navegan, unos trabajen codo a codo
con el capitán para intentar salvar nave, mercancía y tripulación frente a la
tormenta y otros se amotinen y hagan más peligrosa aún la travesía. Aunque ocurre
a veces que, en contextos alentados por extraños intereses, al
capitán que no abandona el barco, (un barco que se hunde ayudado por las
ambiciones de grumetes y oficiales que pretenden suplantar al capitán elegido
previamente por los armadores para hacerlo navegar entre afilados bancos de
rocas y corales que amenazan con hacerlo zozobrar) se le llama cobardía, egolatría, prepotencia… Y a quien se mantiene
a su lado por compromiso ideológico y por lealtad, se le llama esbirro,
vasallo, y otras mil lindezas…
Antiguamente,
el código marino imponía graves penas a quien se sublevase o alentase el
levantamiento de la marinería contra el capitán. Hoy parece que las tornas han
cambiado, y que quien ha de sufrir el linchamiento es precisamente ese capitán
que ha intentado salvar del hundimiento un barco que, a sus espaldas, ya le confiaron debilitado
bajo la línea de flotación y que comenzó a hacer agua con las primeras
dificultades.
Entonces, en
vez de hacer frente común, como una sola tripulación que lucha por mantener a flote la nave en la que
viajan sus ideales y sus preciadas mercancías, siempre hay una parte de ella que
toma la actitud de esos roedores que abandonan el barco por las brechas abiertas, incluso
procurando que las mismas sean cada vez más grandes para que el hundimiento sea
más rápido, demostrando con ello que lo
único que les interesaba de la travesía
iniciada era su propio beneficio.
Ante estas
situaciones, deberíamos reflexionar en profundidad y analizar quienes son las
ratas que abandonan el barco, los motivos que las mueven a ello, y las vías utilizadas al respecto, para no llevarnos a engaño de con quien estamos tratando en cada momento.
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