GUZMÁN EL BUENO, ENTRE LA REALIDAD Y LA LEYENDA.
Guzmán, Guzmán el Bueno es uno de esos personajes que forman parte de nuestra historia pero que se conoce muy de pasada. Si hoy preguntásemos al conjunto de la ciudadanía leonesa cuántas personas conocen algún dato histórico sobre la vida del mismo más allá del transmitido por la leyenda construida sobre la muerte de su hijo pequeño, y cuál es su relación con nuestra capital también más allá del dicho popular al que he aludido hace un momento, ¿cuál creen que sería la respuesta? Seguramente no nos sorprendería ver como una inmensa mayoría lo desconoce todo, tal como ocurriría con tantos otros nombres ligados a nuestra historia a lo largo de los siglos y de cuyo recuerdo apenas nos queda, en ocasiones, el nombre de una calle dedicada y en otras ni siquiera eso. Guzmán el Bueno es un personaje que la Historia trata muy de pasada, puesto que más que en ella encontramos referencias a su persona a través de la leyenda que se creó con motivo de lo acaecido en el sitio de Tarifa, hecho sobre el que volveremos con posterioridad. Vivió este personaje en una época llena de intrigas donde eran habituales las relaciones extramatrimoniales (sobre todo entre nobles), donde las luchas por el poder se sucedían entre las distintas ramas de las familias nobiliarias, todo ello unido a un momento en el que se buscaban alianzas con los pueblos musulmanes para conseguir mayores parcelas de poder. En estas circunstancias, no es raro que Guzmán se convirtiera en uno de esos personajes de nuestra historia cargado de luces y sombras, más sombras que luces, precisamente porque su imagen ha llegado hasta hoy en una mezcla de leyenda y realidad entre la que es difícil seguir el verdadero trazado de su vida.
Gran parte de su existencia la pasó Guzmán entre campañas bélicas, en un momento en que España era un mosaico de nobles cristianos e ilustres musulmanes que lo mismo se aliaban para conquistar nuevos territorios y obtener más poder que luchaban entre sí. Gracias a esas luchas Guzmán el Bueno fue ganando posición y poder en las cortes españolas, hasta convertirse en una de las fortunas más importantes de la España de aquella época en quien tuvo origen la casa de los Medina – Sidonia, uno de los linajes nobiliarios que más poder e influencia alcanzaron en la España de los siglos venideros, aunque él no llegó a ostentar el título que sí fueron heredando sus descendientes. No es fácil seguir la pista a este personaje durante los años que vivió, la mayor parte de ellos ligados a esas luchas a las que hemos aludido, encontrándose, cuando se trata de bucear en los detalles de su vida, muchas más referencias a su persona y sus actos en las crónicas musulmanas que en las cristianas, sobre todo si se pretende permanecer al margen de lo que la leyenda ha dejado traslucir
Pero comencemos su historia por el principio. Corría el año 1256 cuando un seguramente frío día de enero, el 24 por más señas, nació Alonso Pérez de Guzmán en la ciudad de León, en el antiguo palacio de los Guzmanes, situado junto a San Isidoro, del que hoy no queda más vestigio que la placa que lo recuerda. Ya desde ese mismo momento su origen se tiñe de leyenda pues si bien parece ser cierto que fuera hijo de Pedro Núñez de Guzmán, militar y noble perteneciente a la rama de los Guzmanes asentada en nuestra provincia con propiedades y señoríos en la montaña, el nombre de su madre se alterna – según las fuentes – entre el de Isabel, doncella leonesa (seguramente noble) que fallecería en el parto; y el de Urraca Alfonso, hija ilegítima del rey leonés Alfonso IX, según los genealogistas que allá por el siglo XVI escribieron para los Duques de Medina Sidonia su árbol genealógico, tratando de dotar sus orígenes de dignidad y legitimidad. A esta última se la consideraría supuestamente casada por breve tiempo con Pedro Núñez de Guzmán, padre de nuestro personaje.
Cualquiera que fuera la situación, el caso es que – segundón de la casa o hijo ilegítimo - en 1275 Guzmán abandona León y se asienta en tierras andaluzas donde tenía familia, hay fuentes que dicen (de nuevo la leyenda) que por desavenencias con sus hermanos. En cualquier caso, las hubiera o no, lo habitual era que como todo segundón de la época buscara hacer fortuna de la forma más oportuna para un noble de aquellos tiempos, empuñar las armas en cuantas campañas bélicas pudieran ofrecerle poder y gloria. Así, con 22 años se incorpora al ejército de Alfonso X el Sabio, luchando como adelantado de los ejércitos cristianos en Andalucía. A partir de ese momento combatirá unas veces en España, del lado de las tropas cristianas y otras en África, junto al rey de Fez (Abu Yusuf), enfrentándose a otros grupos musulmanes y obteniendo con ello importantes beneficios económicos que serían el origen de su fortuna y de sus posesiones.
Pero es esta época una etapa sumamente revuelta en el solar español, ya que diferentes reinos tratan de disputarse ciudades y territorios, enfrentando a padres, hijos y otros posibles descendientes en continuas luchas internas para las que en no pocas ocasiones piden ayuda a los reyes y caudillos musulmanes. No se trata pues de una lucha exclusiva entre moros y cristianos sino una lucha de poderes en la que todos quieren hacerse con todo. Es en este marco histórico en el que vive y lucha Guzmán el Bueno. A veces en España, a veces en África. En España, lo hará siempre a favor de los cristianos aunque luche junto a los ejércitos musulmanes que acuden en ayuda de estos y elegirá a los reyes “oficiales” frente a quienes se sublevan contra ellos. Primero será a favor de Alfonso X el Sabio frente a su hijo Sancho IV, y a su muerte apoyará a éste como legítimo heredero del anterior frente al infante don Juan, su hermano, enfrentado a él por cuestiones de linaje. Y es precisamente en esta etapa cuando tiene lugar el suceso que dio pie a la conocida “leyenda de Guzmán el Bueno” que lo convirtió en héroe de la cristiandad y que ha servido de argumento a romances, tragedias, comedias, poemas e incluso una ópera.
Gobernaba Alonso Pérez de Guzmán la plaza de Tarifa, de la que el rey Sancho IV le había nombrado alcaide tras serle arrebatada por su ejército a los benimerines en el año 1292, cuando un año después vuelven estos mismos a sitiar la ciudad que valerosamente defienden los hombres de Guzmán. Si conocemos la leyenda y toda la literatura que la misma ha generado a lo largo de los tiempos, nos queda la impresión de que se trata de una lucha de musulmanes frente a cristianos, cosa que no es así puesto que en el bando sitiador se encuentra el infante don Juan que se ha aliado a los benimerines en una lucha de poder contra su propio hermano el rey Sancho IV, a quien pretende arrebatarle el trono. Y tampoco son los musulmanes quienes se hacen con el hijo de Alonso Pérez de Guzmán, de 10 años, y quienes le amenazan con degollarlo si no rinde la plaza, sino el propio infante quien propone la treta seguro de que ante tal exigencia, el alcaide cederá y rendirá Tarifa.
¿Se trataba pues de una auténtica amenaza o de un “farol” ante el que se espera la lógica renuncia al juego? Nunca lo sabremos porque ni estábamos allí ni ninguno de los dos protagonistas de la historia dejaron dicho o escrito lo que en aquel momento pensaron.
Lo que sí sabemos es que la reacción fue seguramente la menos esperada. El Alcaide de Tarifa puso por encima de la vida de su hijo su deber para defender una plaza que le había sido entregada por el legítimo rey. Tal vez en la creencia de que su rival no cumpliría su amenaza, pues no dejaba de ser un noble cristiano. ¿Y qué supuso el hecho de lanzarles su propio puñal? Quizá un “farol” aún más grande que el propio chantaje, en un juego de poder que seguramente terminó yéndosele de las manos a ambos jugadores observados por un público espectador frente al que no podían permitirse la posibilidad de quedar por debajo del otro. Un peligroso juego en el que D. Juan, aliado de los benimerines que querían para sí la plaza a cambio de su apoyo para lograr el poder, trataba de ganar tiempo frente a la inminente llegada de la flota que acudía en ayuda de Alonso, y en el que el principal perdedor resultó ser el inocente hijo de Guzmán, Pedro Alonso Pérez de Guzmán.
La hazaña realizada por nuestro personaje frente al asedio de Tarifa, si verdaderamente puede llamarse hazaña a consentir el sacrificio de un hijo menor de edad, marca el paso de esta figura al elenco de héroes de nuestra Historia, pero lo hace pasado el tiempo lo que tal vez justifique la necesidad de poner el asesinato del menor en manos de los musulmanes. ¿Acaso había algo que esconder ante la Historia? ¿Es más justificable el degollamiento de un menor por parte de un ejército de “infieles” que por parte de un noble “cristiano”? ¿Había que justificar la “fiereza” de unos frente a la “nobleza” del otro? En cualquier caso, lo que es cierto es que Guzmán el Bueno ha trascendido la Historia de la mano de su leyenda. Siendo retorcidos, y llegados a este punto, me pregunto qué hubiera sucedido si Guzmán hubiera claudicado ante la amenaza de matar a su hijo pequeño, si hubiera antepuesto la seguridad de su retoño a la defensa de la ciudad que le había sido confiada. ¿Le hubiera tratado igual la Historia? ¿Lo hubiera reconocido León como hijo de uno de sus más ilustres linajes? ¿O se habría perdido para siempre en el silencio como lo hicieron antes o después de él tantos otros? No intento, por supuesto, poner respuesta a estas preguntas, solamente abrir una vía a la reflexión en un momento histórico en el que el discurso entre la vida y la muerte de seres inocentes en todo el mundo sigue estando lleno de incongruencias y contradicciones.
La Historia está llena de personajes anónimos que con sus gestos ganaron o perdieron batallas, pero sólo unos pocos tuvieron la suerte o la desgracia de ser convertidos en héroes. Hablo de suerte si “suerte” es quedar para siempre unido a tantas páginas como se han escrito con su historia y con su nombre. Hablo de “desgracia” si consideramos que lo único que trasciende de ellos es un breve momento de su vida – seguramente no el más importante – tergiversado en la mayoría de las ocasiones y manipulado hasta esconder tras el mismo la verdadera trayectoria de toda una vida.
No sé si este es el caso de Guzmán el Bueno, del que, por otro lado, hay quien considera cómo puede ser que se haya apodado como “el Bueno” a un padre que permitió tamaño sacrificio de su hijo, por mucho que venga a recordarnos el sacrificio bíblico del hijo de Abraham (que en aquella ocasión no llegó a hacerse efectivo). Sin embargo, hay fuentes que establecen que este apelativo no se une a la renuncia de la defensa filial frente a la defensa de la ciudad, sino al hecho de su fortuna, ya que en aquella época medieval “el bueno” significaría “el rico”, aspecto que sí se adaptaría a la propia condición del personaje que amasó una de las fortunas más importantes de aquella época. Mi invitación tras esta reflexión es a que indaguen los lectores, a que buceen en la historia un poco más allá de las apariencias que la leyenda nos transmite, analicen la época en la que vivió, y juzguen por sí mismos, descubriendo más información sobre este personaje que forma parte de nuestro elenco de héroes. Sin olvidar que somos el producto de la sociedad de una época y que no se puede analizar una vida única y exclusivamente desde la perspectiva de 700 años más acá.
No es su hijo menor, si no el mayor, quien es sacrificado en el asedio a Tarifa.
ResponderEliminarIntensa e intrigante historia la de este personaje...Pero cuando dinero y poder se unen, estos no se pueden desunir ni con la muerte...
ResponderEliminarestaba la version que decia que el hijo de Alonso y el infante Don Juan estaban liados y Guzman "el bueno" le arrojo la daga con intencion de matarlo.
ResponderEliminarhjhjh
ResponderEliminarBuscando algo de la historia y leyendas de este personaje tan leonés, encontré tu extraordinario blog y me he permitido incluir su enlace -con el valor añadido de que es de una paisana- en una foto que subí a mi galería de Flick. Si te he incomodado me lo dices, y lo retiro.
ResponderEliminarUn cordial saludo, con mi admiración y respeto.
Enlace de la foto:
https://www.flickr.com/photos/24822386@N02/21746201728/in/dateposted-public/
La hazaña realizada por nuestro personaje frente al asedio de Tarifa, si verdaderamente puede llamarse hazaña a consentir el sacrificio de un hijo menor de edad, marca el paso de esta figura al elenco de héroes de nuestra Historia, pero lo hace pasado el tiempo lo que tal vez justifique la necesidad de poner el asesinato del menor en manos de los musulmanes. ¿Acaso había algo que esconder ante la Historia? ¿Es más justificable el degollamiento de un menor por parte de un ejército de “infieles” que por parte de un noble “cristiano”?
ResponderEliminarLa gran mayoría de los personajes de la Historia, y especialmente aquellos calificados como héroes, son sin duda controvertidos. Efectivamente, si leyéramos ésta con ojos y espíritu crítico, encontraríamos muchas cosas que no nos gustan. Afortunadamente la sociedad evoluciona, o así debería hacerlo tras tanto tiempo. Pero si no miramos atrás con ojos revisionistas seguiremos dando por buenas actitudes y situaciones que son deleznables, desde el momento en que somos personas, con derechos - y tan bien con obligaciones - ante el resto de la sociedad. Y los sacrificios humanos nunca deberían ser justificables, por muy loable que parezca el fin en un momento dado.
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