El pasado 19 de agosto, más de trescientas personas se dieron cita un año más en torno a un evento literario que ya va por su décimo octava edición. Lo que comenzó siendo un encuentro de amigos para recordar una parte perdida de la historia de una hermosa comarca, el pueblo de Oliegos, se ha convertido hoy en una de las citas estivales que convoca a un nutrido número de asistentes de dentro y fuera de la comarca, pero siempre unidos a ellos por diferentes tipos de lazos, alrededor de la palabra y la música. Palabra perteneciente a cerca de una cincuentena de escritores que a ella rinde culto, desde lo profesional o desde la afición, pero siempre con el calor y el amor que esta tierra se merece. Música que despierta los sones encerrados en la memoria de la tierra, de la tradición, de la compañía en la que que se inspira y en la que crece.
Este año, una vez más, tuve ocasión de participar del homenaje, con mi texto y con mi voz, junto a buenos amigos como Rogelio Blanco, Tomás Álvarez, Victorina Alonso, Abel Aparicio, Ricardo Magaz, Ignacio Redondo, Ángel Fco. Casado o Mónica Calvo con los que he compartido tantos momentos, y otros muchos colaboradores de este evento.
El lugar en el que pudimos compartir nuestro verso fue en esta ocasión la localidad de Zacos, a la sombra de una magnífica iglesia que nos trae el recuerdo de mejores tiempos y bajo el amparo de la espiritual presencia de su más insigne voz, la del poeta Eugenio de Nora, insuficientemente conocido, como tantas cosas nuestras. De tal modo que el peso de la responsabilidad era este año aún mayor si cabe que en ocasiones anteriores.
Mientras el acto se llevaba a cabo, un equipo de profesionales llevaba a cabo la grabación de un documento gráfico sobre este evento que cumple este año su mayoría de edad; para ello se nos entrevistó a quienes acudimos ese día a compartir nuestros escritos con el público asistentes sobre diversos aspectos sobre el mismo y sobre la comarca que lo acoge. Apunto dos de las preguntas que me tocaron en suerte por si a alguien le sirven de aliciente para conocer y disfrutar de una magnífica comarca, insuficientemente conocida: Una imagen ligada a la misma: una noche junto al embalse de Villameca, al que se sacrificó el pueblo de Oliegos, iluminado por una inmensa luna llena (y es que a veces también en la destrucción habita la belleza).Y el olor al que uno La Cepeda: el olor a cereal recién segado (que este año, con el retraso sufrido con las últimas lluvias, aún podemos disfrutar en estos días. Os dejo algunas fotos de lo concurrido que resultó el acto en cuya organización tuvo especial relevancia el papel de la Asociación cultural Rey Ordoño I, que tanto se preocupa por la salvaguarda de la cultura en estas tierras.
Y tras estas imágenes os dejo a continuación el poema con el que este año contribuí a este encuentro, recogido en el libro Orgullo de nuestra tierra y que se hace eco del inevitable abandono que sufren nuestras zonas rurales.