Hace algunos años, siendo concejala de cultura en Astorga, una mañana entró en mi despacho un hombre alto y desgarbado. Venía preguntando por el concejal o concejala de cultura. Aunque él, de entrada, no me reconoció yo supe quién era desde el primer momento. Se trataba de José Lorenzo Pollán, Joselo, como le habíamos llamado siempre durante los años en que nos habíamos conocido. Nosotros, unos chiquillos de 13 a 15 años; él, un joven aproximadamente diez años mayor que nosotros que se preparaba para ejercer de maestro. En aquellos tiempos compartimos actividades de ocio, tertulias,..., en el ámbito parroquial que era de los pocos lugares donde se podían realizar este tipo de cosas.
Pronto yo le perdí la pista, aunque supe en su momento de su peregrinación a Santiago con dos compañeros míos de promoción, pues seguí su recorrido - como imagino harían otras muchas personas de Astorga - por la prensa local. Después la vida nos llevaría por derroteros muy diferentes y no volví a coincidir con él.
Hasta el día que cruzó la puerta de mi despacho esperando encontrarse, imagino, a una perfecta desconocida. Traía bajo el brazo un sueño a modo de propuesta. Las crónicas de aquel viaje realizado hacía tantísimos años, cuando el Camino de Santiago solo era una locura en la mente de unos pocos, sin red de albergues que dieran cobijo al peregrino, sin caminos marcados que indicasen la ruta a seguir. Su intención buscar colaboración para poder publicarlo, si es que resultara interesante.
Llegó en el momento preciso pues en mi mente estaba preparar algo especial sobre el Camino de Santiago para conmemorar el aniversario de su Declaración como Patrimonio de la Humanidad. Me pareció buena idea - una vez conocido el contenido de lo que se me ofrecía - hacerlo con la publicación de un libro con el que poder contrastar la diferencia de realidad entre un antes y un ahora, a pesar de que lo intangible permanece en él a lo largo de los tiempos. Así que nos pusimos manos a la obra y durante un tiempo estuvimos en contacto, con el fin de prepararlo todo para la edición. Joselo revisó los textos, actualizó las notas, y me pasó el material gráfico que quería incluir en el libro. Después vino el proceso de edición y, por fin, la presentación del libro. Al fin quedaba para el recuerdo contrastado con lo que ahora ofrece el Camino de tres jóvenes que tuvieron un sueño, unos visionarios que ya entonces supieron que gran parte del futuro de Astorga pasaría por la atención al peregrino, unos jóvenes que a la finalización de su viaje incluso mantuvieron contacto con el ayuntamiento de entonces para poner en marcha una iniciativa de albergue público para los peregrinos, adelantándonse (aunque entonces no se le hiciera caso) a lo que luego emprendió la Asociación de amigos del Camino.
La casualidad quiso que llegara en el momento preciso y hoy Joselo se ha ido con su libro entre las manos y yo le despido con el relato breve que incluí en su presentación y que tal vez, por qué no, podría guardar parte de la huella que el Camino dejó en quién acaba de írsenos, calladamente, sin dar publicidad a su enfermedad que arrastraba desde hace tiempo. Afortunadamente lo hizo habiendo visto uno más de sus viejos sueños cumplido. DEP
EL RAYO DE SOL
Se levantó con los huesos ateridos del frío de los últimos días. Le pesaba el largo camino iniciado y la soledad insistentemente buscada. Sentía la angustia de no conseguir esa paz que llevaba tanto tiempo persiguiendo.
Durante el Camino, de vez en cuando, hablaba con unos y con otros. Aunque podría decirse que más bien era escuchar lo que hacía. Hasta que comenzó a esperar las horas en las que nadie caminaba, a buscar refugio allá donde nadie lo hacía. Se fue aislando cada día más, cada momento..., buscando siempre la orilla vacía del sendero.
Y entonces llegó el frío. El frío que cayó como una losa sobre los días de verano que debían calentar sus viejos huesos. Fue un día... y otro... Y así fue durante un largo tramo del camino, una semana en la que el sol no calentaba, en la que el viento soplaba como si fuera invierno, agitando ramas, azotando el rostro, silbando en sus oídos mientras se colaba por los resquicios de su ropa de herido caminante.
Peregrinos descansando tras la jornada |
En las primeras horas matinales, con la plaza aún desierta del bullicio que invadirá en breve la mañana, el silencio apenas roto por el bastón de algún madrugador peregrino, arrastra sus huesos cansado hacia un banco, los pies doloridos del camino, el alma aún torturada de pesares, ..., y deja caer sobre él su ya anciano cuerpo, vuelto el rostro al amanecer.
Quienes llegan en esos momento a la plaza encuentran un viejo cuerpo arrumbado sobre el banco, la espalda desmayada sobre el respaldo de madera, las piernas extendidas hacia la cruz de los pies, los brazos lánguidos a lo largo del tronco...Y, por fin, la cabeza. El mentón ligeramente alzado buscando el incipiente calor del sol, los ojos cerrados y el rostro relajado. Nada demuestra el frío instalado en sus huesos y en su alma, el desaliento, el deseo de abandono...
Pasan los segundos. Los minutos se prolongan bajo los primeros rayos matutinos. Y, como una lupa orientando su calor hacia un único punto de donde ha de brotar el fuego, el sol penetra por cada poro de su piel con un efecto balsámico. Poco a poco abre de nuevo los ojos que recorren cada rincón de aquella plaza con el asombro de un niño que descubre el mundo. Sus pupilas se llenan de luz, de vida. Su cuerpo se desentumece hasta el punto de subir a su rostro una radiante sonrisa.
E, invadido por un nuevo y vivificador impulso, se levanta ligero como una pluma, recupera su mochila y su bastón de peregrino y emprende de de nuevo, imparable ya, el Camino hacia Santiago. El camino hacia su meta... El Camino hacia su mente
(Relato incluido el el libro "Días impares")
No hay comentarios:
Publicar un comentario