Como ya comenté en su momento, no fui yo la única contadora del día 28 en el Filandón del Reguero Moro. Relatos muy diferentes se dieron cita en una mágica y evocadora cita en la que la música y la palabra se hicieron protagonistas junto a la estupenda cena que pudimos degustar.Y para compartir con vosotr@s un pedacito de aquella velada, aquí os dejo el relato que nos ofreció Manuela (Loli) Bodas. ¡Qué lo disfrutéis tanto como lo hicimos quienes aquel día pudimos escuchárselo de primera mano!
Gracias Manuela.
ROBUSTIANO
El bosque surgió
repentinamente de la noche con los primeros rayos de la aurora, y allí, con el
alba se podía ver un cuerpo, aparentemente sin vida, sobre la hierba aún húmeda
por el rocío.[1]
¡Craso
error! El cuerpo tenía mucha vida. Era un cuerpo con muchas ganas de vivir, así
que lo de parecer un cadáver, sería sin duda por la luz mortecina de los primeros
minutos de la mañana. Lo que había pasado es que cayó exhausto al anochecer, ya
que había estado corriendo todo el día para que no le encontrasen, pues se
había escapado de la pocilga. No quería convertirse en embutido.
-
Pero tía, el otro día no comenzaste el cuento de esta forma. ¡Cada día lo
empiezas de una manera! ¡Así no hay quien se aclare!
-
Bueno hombre no te quejes tanto, en los filandones de mi niñez, nunca se
contaban las historias de la misma manera, porque uno no está igual todos los
días. Unos días tienes más ganas y le pones mucho epíteto y otros, sólo vas a
la chicha de la historia.
-¡Venga
sigue! A ver por dónde sale hoy Robustiano. ¡Que menudo baile traes con él!
Menos mal que no debió de existir. Me huele a mí, que a ti esta historia te la
contaron como me la cuentas tú ahora, aunque me quieras convencer de que
conociste a Robustiano.
-¡Serás
mentecato! ¡Pues ahora te vas a quedar con las ganas, hale! Ya e estás poniendo
el pijama y largo para la cama!
El
muchacho se abrazó a su tía y le rogó, como lo hacía siempre que estaba en su
casa, que le contara alguno de sus cuentos o filandones, como ella los llamaba.
Le encantaba escucharla.
-
Está bien, pero no seas tan respondón, o de lo contrario una noche de estas, te
irás a la cama sin escuchar las historias de cuando yo era niña.
El
chaval se repanchingó en la hamaca de mimbre y se hizo todo oídos.
Como
iba diciendo, Robustiano se desperezó y lo que antes parecía un cuerpo inerte,
ahora era un gocho lleno de vigor, que tenía que pensar cómo salir de aquella.
Seguramente su amo, habría salido en su busca, y no se daría por vencido
fácilmente, intentaría encontrarlo por todos los medios posibles, al fin y al
cabo era el sustento que iban a tener él y su familia, buena parte del
invierno.
Que triste es el fin de los cochinos, y no
lo digo por los que no se lavan, que también, hablo de esta raza en la que el
universo me ha dejado anclado. Tendré que adentrarme en ese bosque cercano para
pasar desapercibido y no dejar rastro.
Robustiano caminó con determinación hasta adentrarse en
el bosque. En el trayecto se fue acordando de lo bien que había vivido en la
granja. Sus moradores humanos eran buenas personas, pero claro está, a él le
mantenían y le querían por el interés, el interés de que sus lomos, jamones y
jugosa carne, les hiciese apaño para unos buenos chorizos, cosa a la que él, no
estaba dispuesto de ninguna manera. Se acordó de cómo le había ensimismado la
pocilga, grande, bien equipada, vamos una mansión al lado del lugar de donde
provenía. No se acordaba de sus progenitores, pues le separaron muy pronto de ellos.
De
pronto oyó hocicar cerca de él. Se paró y puso sus cuartos traseros detrás de
un arbusto para poder observar. No podía creerse aquella aparición. Una hermosa
jabalina, no de las olímpicas, ni de tiro a la jabalina, sino de cuatro patas
como él, hocicaba en un hoyo.
¡Qué hermosas rayas, qué jamones prietos,
que morritos tan chupópteros! Es la primera vez que veo una belleza semejante.
Lo que es salir de casa. ¡Cuánto nuevo se ve y cuánto se aprende!
Robustiano, con la campechanía que lo definía, salió al
encuentro de aquella
preciosidad.
-
¿Puedo
ayudarte a buscar, hermosa?
La jabalina le clavó la
mirada, rascó con fuerza la tierra con su pata derecha trasera y se lanzó como
una posesa sobre Robustiano.
Éste, al ver aquel intento
de atropello, salió pitando. Durante un rato, se vio perseguido por la jabalina,
que no le daba respiro, hasta que vio que a ella, lo mismo que a él, le iba
faltando el aliento. Entonces se volvió y le espetó desde detrás de un árbol,
que hacía las veces de escudo:
- Pero si yo solo quería
ayudarte. Anda que si se me ocurre acercarme mas a ti, me linchas. Pues si que
eres peleona.
La gocha montesa, cansada
por la carrera, y viendo que aquel jabalí, de piel lisa y casi sin pelo, que
parecía un alienígena, estaba sin resuello, detuvo su carrera dispuesta a
entablar conversación.
-¿Pero me quieres decir de
dónde has salido, así, tan, tan……?
-¿Tan, tan, tan… qué?
¡Vale somos un poco distintos en el pelaje, pero supongo que eso será porque
aquí en el bosque la moda es distinta a la de mi granja!
-¿Granja? ¿Qué es granja?
Pero Chsssss…, creo que escucho unos pasos cerca, debemos ponernos a cubierto.
Cual sería la sorpresa de
Robustiano al ver a su granjero con los pulmones en la boca buscando y mirando
por aquí y por acullá. El hombre se sentó en una piedra y sacó el moquero de su
bolsillo para limpiarse el sudor.
Jabalina, al percatarse de
la tembladera que le entró a Robustiano, le indicó que la siguiera. Los dos
cerdos se alejaron, con mucha cautela del lugar hasta llegar a una especie de
poza por donde se accedía a la cueva de aquella gocha montesa.
Allí dentro se estaba de
maravilla, hacía fresco y el suelo estaba liso y seco, se veía que la cueva
estaba muy bien cuidada. En un hueco a modo de vasar, yacían varios manojos de
raíces y nabos colocados con esmero. Le gustó aquella especie de pocilga de
monte. Era muy acogedora, se tumbó para descansar y, cuando no había terminado
de relajar sus posaderas, escuchó unos ruidos que le
eran conocidos, como de cochinillos pequeños, miró hacia el lugar de donde
provenían y quedó maravillado, allí, tumbados en hilera, hocicaban cinco
pequeñines rayados y morenos.
-¡Cuidado, no te acerques
de golpe! No conocen tu olor. –Le espetó la
jabalina.
Robustiano no podía dejar
de contemplar aquella hermosa estampa. Luego se tumbó y dejó que la madre se acercara
y les diera de mamar. Cuando terminó, le conminó a acercarse.
-
Ven,
si te acercas estando yo aquí, ellos te tomarán confianza.
El marrano se acercó con
sigilo, por nada del mundo quería importunarles, les observó con cariño, como
si fueran algo suyo. Miró a la jabalina con ojos bobalicones, en aquel momento
sintió un profundo latigazo en su corazón, nunca antes le había dado esos
saltos su máquina de querer.
A ella, también se le
clavó una flecha juguetona en el corazón, era la segunda vez en su vida que le
pasaba eso. La primera vez fue con el padre de aquella hermosa piara que ahora
respiraba vida, lo contrario que el pobre prócer, que cayó en una emboscada de
hombres armados con escopetas, que ni siquiera eran valientes para enfrentarse
a los animales en sus mismas condiciones. En aquellos momentos, la vida allí
era una balsa de aceite, pero iba a durar poco el ensimismamiento, porque otra
vez los pasos acelerados de un hombre se sentían justo encima de ellos.
- Ese es el amo, conozco
bien sus pisadas. No se va a dar por vencido así como así.
- Tranquilo, no creo que
falte mucho para que se aparezcan aquí cerca, una manada de lobos que cada
atardecer salen a buscarse la vida. Creo que en cuanto oiga el primer aullido,
se irá a toda mecha.
Así fue, en cuanto el
primer aullido del lobo se escuchó fuera,
un torpe trote humano, pasó de vuelta sobre ellos.
-Creo que a éste ya no le
quedarán ganas de volver a buscarte.
- Opino lo mismo. Solo me
he quedado con las ganas de haberme hecho entender para poder preguntarle qué
le parecería a él que yo quisiera hacer chorizos con su cuerpo.
La jabalina se desternilló
de risa durante un rato.
- ¡Nunca se me hubiera
ocurrido nada igual! Pero tienes razón, ya que los humanos nos convierten en
chorizos, deberíamos saber qué opinarían si supieran que nosotros les
entendemos y que también sabemos hablar, solo que lo hacemos en una frecuencia
que ellos no alcanzan a escuchar.
- Y colorín, colorete,
este es el fin de la historia de Robustianete.
- ¡Es la vez que más me ha
gustado! Ningún día me lo habías contado tan bonito. Nunca más volveré a comer
chorizo, ni salchichón, ni jamón, ni lomo, ni nada, pobre cerdo, papá tiene uno
muy guapo en la pocilga, no voy a dejar que lo mate, no señor. Robustiano tenía
razón. ¿Qué sería de nosotros, si los cerdos hicieran chorizos con nuestros
cuerpos?
- Oye, tranquilo, esto
solo es un cuento, no te lo vayas a creer. ¡Mira qué eres, con lo ricos que
están los chorizos que hace tu madre!
- Bueno me lo pensaré,
ahora me voy a la cama, tengo mucho sueño. –Le dio un beso a su tía y se fue a
la habitación.
Aquella noche, en sueños,
los chorizos de la matanza del año anterior, cobraron vida. Despertó
sobresaltado y con dolor de barriga. Tenía la sensación de que los chorizos que
se había comido hasta entonces, andaban dándole puñetazos dentro de su cuerpo.
El sueño volvió en su ayuda y le llevó a la cueva donde Robustiano le presentó a su
familia. Desde esta historia, el muchacho se hizo vegetariano, que rima con
Robustiano.
Manuela
Bodas Puente.
[1] Este párrafo, lo he
copiado de un bloc de mi hija, que rescaté de la papelera. Siempre me gustó y
he decidido utilizarlo (con su permiso, por supuesto) para comenzar este relato
filandonero.